El cambio social y las aportaciones de
los movimientos transformadores
1. El cambio social y los movimientos sociales 1
2. Aportaciones relevantes de los movimientos transformadores 2
a) Concepción del ser humano y de la sociedad
2
b) Fundamentos de la acción emancipatoria
3
c) Las formas de actuación de los movimientos sociales 4
Podemos comenzar haciendo tres precisiones
en torno a la relación que los movimientos sociales tienen
con el cambio social:
1.
La utopía no ha de entenderse
como un modelo cerrado que se propone y al que hay que llegar,
sino como el entendimiento de que una sociedad alternativa, emancipada,
es posible, marcando puntos de avance hacia los que dirigirse,
pero no líneas predeterminadas. Se asumen las críticas hechas
al dogmatismo, al diseño social por decreto, al utopismo ingenuo...
pero se utilizan tales constataciones dentro del proyecto
liberador por el que se sigue apostando, a diferencia de
las corrientes desmovilizadoras (por aceptar lo que hay como
mal menor, por recrearse en la crítica paralizante más o menos
posmoderna, etc.). Por otro lado, una humanidad emancipada no
se concibe como un mundo angelical, exento de conflictos, sino
como el hecho de que éstos se regulan positivamente entre personas
iguales en poder y medios materiales.
2. Creemos que los movimientos sociales críticos son coherentes, dentro
de su gran diversidad, con una concepción dinámica y dialéctica
de la historia, en la que son posibles los avances emancipatorios
y los retrocesos, así como las ambivalencias, y donde el conflicto
juega un papel central, pero la cooperación es tan posible como
la competición. El que predomine la dominación y la explotación
o la cooperación y la justicia es fruto de la misma historia,
en la cual los movimientos sociales juegan su papel.
3. Los movimientos sociales surgen y se desarrollan en relación
con el contexto histórico de un momento dado, pero trascendiéndolo,
al plantear su transformación. Podríamos decir, con Marx,
que “los seres humanos hacen su propia historia, pero no en circunstancias
de su propia elección”. Filosóficamente, lo que deseamos ser,
si empapa nuestra vida, ya nos constituye en el proceso de pretenderlo:
“como momento de un proceso histórico, la realidad anunciada
se encuentra ya presente en el acto de denuncia y anunciación”
(Freire, 1990, p. 78).
Cada movimiento social aporta un conjunto de denuncias y de
propuestas específicas y, a la vez, trascendentales. Así, podemos
mencionar el conflicto de clase (movimiento obrero), el de la
dominación de sexo-género (movimiento feminista), el conflicto
de naturaleza medioambiental (movimiento ecologista), el de la
dominación y desigualdad norte-sur (movimiento de cooperación
al desarrollo y/o internacionalista), la distinción entre conflicto
destructivo y conflicto constructivo (movimiento pacifista),
etc. Sin embargo, lo que ahora nos interesa es qué tipo de aportaciones
globales pueden fundamentar la totalidad del proceso emancipatorio.
No creemos que todos los movimientos sociales sean lo mismo,
ni que deban fundirse en uno solo, sino que es posible encontrar
raíces comunes que conecten a unos y otros, tal como suele suceder
en la práctica social de forma, al menos, puntual. Y es necesario
que cada cual continúe cuestionando y construyendo desde su propio
campo de actuación.
¿Cuáles son esas aportaciones comunes y más relevantes de
los movimientos sociales emancipatorios? Consideraremos algunas
de ellas, en una selección forzosamente personal y sesgada.
1. Se
considera la sociedad como un conjunto de personas que deben
desarrollarse en relación y no como una lucha de individuos
en una dinámica de “suma cero”. Así, el deseo de supervivencia,
de crecimiento y de placer son fuerzas positivas, creadoras,
en lugar de dominadoras, excluyentes, competitivas y destructoras.
2. La
sociedad es histórica y cambiable. La sociedad es compleja
y autoconsciente, por lo que no es planificable como si de un
objeto se tratara; pero por esa misma complejidad y por la autonomía
de los seres humanos, espoleados por los conflictos de diversos
tipos, las sociedades son siempre dinámicas en mayor o menor
grado.
3. La
finalidad de la vida en sociedad no ha de ser técnica (el crecimiento
económico), sino que debe buscarse la emancipación para una
vida plenamente humana, siendo los sujetos libres, iguales
en poder y de forma solidaria, quienes han de definir su destino.
4. Centralidad
del conflicto; lo social es problemático. El conflicto es
visto como algo consustancial a la sociedad humana y como algo
necesario para el avance social. Lo que ha de evitarse es el
conflicto destructivo, pero también el ocultamiento del conflicto:
en muchas ocasiones es necesario activar, hacer visible, radicalizar,
un conflicto que estaba latente.
1. La emancipación ha de dirigirse a la totalidad del género
humano, teniendo en cuenta además las consecuencias para
las generaciones futuras. Ello no implica que no se pueda luchar
por objetivos particulares de un grupo, siempre que sean universalizables
y no supongan la dominación de otros.
2. Crítica
a la realidad. No hay movimiento social si no hay voluntad
de superación de la realidad en un momento dado. No hay acción
emancipadora si no parte de la denuncia de lo que hoy amordaza,
limita, destruye a lo humano. Algunos aspectos resultan especialmente
rechazables: la pobreza, las limitaciones de la democracia real,
la violencia, la dominación y la desigualdad (de sexos, clases,
minorías-mayorías...), la mercantilización de la vida y la cosificación
de las personas, el “más es mejor”, la confusión de los medios
con los fines –mito tecnológico-, la destrucción y el empobrecimiento
(de culturas y del medio ambiente), la imposición de modelos
únicos (sexuales, culturales, económicos...), la competitividad,
la privatización de lo colectivo, la despersonalización, la manipulación,
etc. La visión crítica, también debemos advertirlo, no equivale
a defender, sin más, “lo contrario” a lo habitual o a las propuestas
de las élites dominantes, sino que hay que mostrar su validez
intrínseca y su coherencia.
3. La
opresión es múltiple y global. No sólo existe opresión en
el ámbito político, sino también en lo cotidiano, en toda relación
humana presidida por la fuerza, y esta fuerza también es múltiple
(económica, simbólica...). La opresión, por tanto, es también
económica y relacional, de ahí que existan conflictos en relación
con el poder, con la distribución material y “conflictos de
reconocimiento”, como los relacionados con la homosexualidad,
los étnico-culturales, los de identidad, etc.
4. El
fundamento de la acción social no puede ser científico ni técnico,
sino moral o ideológico. Puede discutirse entonces cuál resulta
ser la base irrebatible desde la que se defiende la emancipación.
La respuesta quizá sea que no existe tal base irrebatible para
ninguna opción ideológica o moral, tampoco para otras que se
ocultan tras un ropaje religioso, técnico o bien de “sentido
común” (que suele ser el pensar hegemónico capitalista y tecnocrático).
Seguramente, si seguimos ahondando en el fundamento último de
los valores que defendemos, tengamos que admitir que se trata
de elegir entre fomentar la dominación-competición-promoción
individual o el amor-cooperación-desarrollo personal. El decidirnos
por lo segunda opción no implica ningún tipo de ingenuismo, pues
se hace a sabiendas de que exige condiciones políticas que la
hagan posible y, dada la realidad que vivimos, la denuncia y
el conflicto social. Esta opción permite, a la vez, soslayar
las tendencias que dentro del campo crítico responden a concepciones
dominadoras (autoritarismo, violencia por la violencia...).
5. Podemos
considerar como valores fundamentales la conocida tríada
de igualdad, libertad, solidaridad. Aunque de origen ya
clásico, mantienen su vigencia, pero hemos de tener en cuenta
que han sido enriquecidos y matizados por la práctica social,
y también manipulados con finalidades conservadoras, por lo
que son necesarias algunas precisiones:
1.
En la transformación social, las personas actúan
como sujetos activos y no sólo pasivos, si bien la desigual
capacidad de influencia es uno de los campos de desigualdad y
de conflicto. Igualar esta capacidad de influencia es uno de
los objetivos de los movimientos sociales, sin que para ello
unas personas dirijan y otras sean dirigidas (reducidas a objetos
respecto a los sujetos dirigentes). Esta transformación se da
necesariamente con otras personas. Las dos ideas se sintetizan
al decir que “no se puede afirmar que alguien libera a alguien
o que alguien se libera solo, sino que los hombres se liberan
en comunión” (Freire, 1997, e.o. 1970, pp. 172-173).
2. Es
necesario cambiar las estructuras opresoras y no sólo paliar
sus efectos, pero a la vez hay que buscar siempre las
posibilidades para la acción concreta, tanto en el sentido
de evitar el estructuralismo que paraliza la acción colectiva
como en el de que se consigan efectos reales en las situaciones
concretas que viven las personas.
3. Resulta
imprescindible la acción, que ha de ir unida a la reflexión.
Sin acción, no hay movimiento social ni cambio, pero sin reflexión
(lo que no quiere decir que ésta se realice formalmente) la actividad
será mecánica. La praxis posibilita la reflexión sobre
la práctica desde parámetros no cotidianos, fuera del pensamiento
hegemónico.
4. Las
personas y grupos aumentan su poder mediante la acción social,
no esperan a que sus reclamaciones sean escuchadas: el hecho
de participar, denunciar, proponer, crear... es considerado ya
una forma de apropiación de la vida personal y colectiva (empoderamiento).
Los sectores más sometidos en un momento dado no han de ser “liberados”
por otros, sino que se trata de que aumenten su capacidad de
influencia (lo que no quiere decir que no deban ser apoyados
por otros colectivos en la transformación de las estructuras
que hacen posible su sometimiento).
5. Se
mantiene una concepción amplia de lo político. Desde una
de las vertientes de la teoría marxista, fue Gramsci quien, utilizando
el concepto de “hegemonía”, destacó la necesidad de la lucha
cultural como necesidad política. El movimiento feminista, por
su parte, ha denunciado la división entre lo público y lo privado
como una forma de reproducir en este campo las relaciones de
dominación, así como la necesidad de superar tal división: “lo
personal es político”. Otros movimientos sociales explicitan
la necesidad de “cambiar la vida” en las relaciones cotidianas,
en la producción y consumo, etc. como componentes de un cambio
sociopolítico real.
6. La
propuesta emancipadora abre a la discusión los mismos fines
que propone, en lugar de hacer una propuesta supuestamente
a-ideológica, objetiva, y no cuestionable, como es propio de
las opciones conservadoras y/o dogmáticas. Se defiende también
una actitud autocrítica: nadie se considera en posesión
de la verdad absoluta, toda la acción ha de someterse a la crítica.
Cuando esto deja de ser así, habría que dejar de considerar emancipatorio
a un movimiento. Los errores no invalidan todo lo demás, pero
el dogmatismo o el encerramiento en la incoherencia, sí que suponen
una negación de la finalidad liberadora.
7. Utopía,
radicalismo, reforma. Es éste un punto en el que las discrepancias
entre unos movimientos sociales y otros pueden ser fuertes, aunque
creemos que caería fuera del interés emancipatorio tanto el extremo
que por aparentemente radical no actúa, como el otro que en el
actuar olvida lo utópico.