Segregación
educativa:
se
agradece la claridad
En tiempos de confusión, cuando los guerreros se
encargan de la paz, los bancos cuidan el medio ambiente y los ricos
y poderosos se ocupan de la pobreza y la desigualdad, es muy de
agradecer que haya cada vez más claridad en un tema: la educación.
Cuando comenzó a generalizarse la educación no había engaños: la
escolarización para el pueblo llano estaba destinada a mantenerlo
en su estado de sumisión y los estudios medios y superiores no eran
para los pobres. De un tiempo para acá, la educación ha cumplido
ciertas funciones de compensación respecto a la desigualdad social,
pero, a la vez, y sin que figurase escrito como objetivo, ha mantenido
sus fines de selección social. Teóricamente, se trata de seleccionar
a "las personas más aptas", pero, ¡oh casualidad! las
posibilidades de fracaso, e incluso de exclusión total, aumentan
en cuanto menos poder social y económico se tiene. Como no es presentable
hoy en día achacarlo a diferencias genéticas, se obvia este desagradable
asunto, pero, implícitamente, se echa la culpa al alumnado del fracaso.
Analizar de qué grupos culturales está más cercana la forma y el
contenido habitual del trabajo escolar, por mencionar sólo un elemento
de reflexión, parece sobrar para quienes se hallan cómodos con la
desigualdad social y cultural (quienes se sienten de derechas).
Lo sorprendente es que también parece sobrar para ciertas personas
que se declaran de izquierdas: algunas de ellas son profesores y
profesoras a los que les gustaría trabajar sólo con alumnos y alumnas
capaces de estudiar, incluso, la desigualdad social y el origen
de la democracia, pero no les plantea problema la selección personal
y social que se da en la educación obligatoria.
¿Dónde está la claridad? Aprovechando las contradicciones
e insuficiencias de la reforma educativa en marcha [la
diseñada por los gobiernos del PSOE, aplicándose en
ese momento ya con el gobierno del PP en el poder] y los
vientos políticos e ideológicos que hoy soplan, hay voces que proclaman
que no somos iguales y, por tanto, que hemos de actuar en consecuencia.
No, no se refieren a combatir la desigualdad, sino a separar al
alumnado, ya dentro de la educación obligatoria y quizá en cuanto
antes mejor, en diferentes vías. Algunas de estas vías, en realidad,
no llevan a ningún sitio, sino que sirven para que circulen mejor
los trenes más rápidos, los que transportan lo que hay que transportar
y viajan hacia los mejores destinos (aquí debaten un poco estos
estrategas ferroviarios: unos prefieren terminales de mercancías
y otros, los que se llaman humanistas, auditorios selectos). No
les vale con la clasificación educativa por centros, necesitan clasificar
más y más en busca de sus inencontrables grupos homogéneos.
La claridad, sin embargo, no es perfecta, pues todavía
hay quienes hablan de `grupos flexibles´ cuando considerarían
milagroso que hubiese algún cambio. Otros, a juntar un fracaso con
otro lo llaman `grupos especiales´, grupos que se dejan en
manos del profesorado que llegue en septiembre (parece que enseñar
a quienes aprenden más fácilmente aumente la profesionalidad: valoremos
entonces como se debe a quien traza puentes sólo en los riachuelos).
Quienes quieren segregar escolarmente, que sean
conscientes de lo que eso supone: una sociedad cada vez más desigual
y excluyente. Otras personas también encontramos dificultades en
las aulas, pero hemos visto que no da lo mismo actuar de una manera
que de otra, si se hace de forma continuada y coherente, y no olvidamos
que la educación para todas las personas es, además de un derecho
legal, una cuestión de justicia.
José Emiliano Ibáñez
Enero 2000
(Publicado originalmente en la sede
virtual de Concejo
Educativo de Castilla y León y en La
insignia)
|