Movimientos
y redes para una cultura transformadora
José Emiliano Ibáñez Herrán
Miembro de Concejo Educativo (MRP de Castilla y León) y del Foro
Social de Palencia. Profesor de Secundaria.
1. Hablar como activistas
(pensamiento y práctica)
2. Renovación pedagógica,
transformación socioeducativa
3. Educación y cultura:
aprendizaje sociocultural y conflicto social
4. Los movimientos colectivos
como agentes sociales y culturales críticos
5. De la cultura como
bien individual a la cultura transformadora
6. `Crear cultura transformadora´:
el encuentro entre la educación crítica y los movimientos sociales
7. Movimientos, redes
y espacios de encuentro para la transformación socioeducativa
Anexo: más en concreto
Documentación citada
Es cierto que por lo general
la velocidad de los cambios genera anomia, incertidumbres y desasosiego
en la sociedad, pero ello ocurre principalmente si uno es objeto
o víctima pasiva de esos cambios. El que sufre pasivamente los
cambios se desconcierta y, obligado a pensarlos, si puede, descubre
sus dudas e incertidumbres. Por el contrario, cuando se es protagonista
y productor de los cambios, uno está tan ocupado con la acción
que parece pleno de certezas. Es que no tiene tiempo para pensar
y duda muy poco. A veces, demasiado poco y los resultados también
son inciertos. Entre ambos extremos se encuentra la libertad;
en un espacio cubierto por valores libertarios, solidarios y
por acciones racionales. En estos espacios actúan los sujetos
que combinan dudas y certezas y que están, por lo tanto, abiertos
a las verdades de los otros y dispuestos a la intercomunicación
social.
Fernando
Calderón y Roberto Laserna Paradojas de la modernidad
RESUMEN
Más
allá de la renovación pedagógica, se necesita una profunda transformación
socioeducativa. Se defiende así, desde la praxis, la necesaria
inserción de la educación en una trama cultural sociocrítica,
en que intervienen como agentes clave los movimientos sociales
y educativos, con una tarea común: la construcción de una `cultura
transformadora´. Pensando en nuestra propia capacidad de actuación
(incluyendo las iniciativas no plenamente coincidentes entre
sí), se realiza finalmente una propuesta para conjugar las potencialidades
de las redes y de los movimientos (educativos y sociales) e interactuar
en espacios amplios de encuentro.
Further
from a pedagogical renewal, there is a clear need of deep socio-educative
transformation. We could base on praxis the necessary inclusion
of Education within a sociocritic cultural frame, where social
and educational movements take part as key agents to fulfill
a common task: building a `transforming culture´. Thinking of
our own capacity of acting upon a society (including initiatives
which do not have the same exactly the same goals), the present
article includes a proposal to combine the possibilities offered
by networks and social and educative movements as well as interacting
using wide meeting places.
No se piensa desde el vacío, ni sólo desde la individualidad
(y las palabras tienen sentidos distintos según desde dónde se
digan y con qué contextos se relacionen). En este caso, escribo
estas reflexiones a título personal, pero formando parte del
entramado de los movimientos de renovación pedagógica y de otros
colectivos sociales críticos; escribo también como profesor `de
aula´ en lo estrictamente profesional, y siento que, cuando intento
educar verdadera y críticamente, el sentido es el mismo que me
anima como activista social, por más que los contextos y formas
sean diferentes y que las contradicciones siempre sean siempre
más de la cuenta. Y también se escribe dialogando con aquellos
textos ajenos que se van apropiando como herramientas.
Se habla, por tanto, desde una posición `extraña´: no se hace
ni desde el campo de la especialización teórica ni desde el encajonamiento
práctico [1] ; ni desde el punto de vista
específicamente profesional ni desde el que analiza la educación
como algo ajeno. Y se reivindica esta posición: sin unir dialécticamente
teoría y práctica, educación y acción social, nos moveremos en
campos limitados desde el mismo comienzo; las conclusiones mismas
estarán afectadas, su eficacia transformadora será discutible
y se reducirá o anulará su carácter democrático (en tanto en
cuanto son diferentes quienes `saben´ y quienes `aplican´, o,
por otro lado, unas personas son profesionales expertas y otras
`usuarias´). Necesitamos la praxis, como unión dialéctica
entre la práctica y la reflexión, como acción consciente: necesitamos
hablar como activistas reflexivos.
Por eso, aquí se hablará de ideas, pero en relación con lo que
hacemos, y también de propuestas pragmáticas, pero insertas en
una perspectiva general. Nos centraremos en explicar y fundamentar
una propuesta dirigida a nuestra propia capacidad de actuación:
no se trata ahora de ver qué tienen que hacer los poderes públicos
u otras instancias, sino de contribuir a construir un discurso
propio, elaborado por y para nosotros/as, las personas que actuamos
en la práctica educativa y social. En primer lugar, sin que signifique
que es lo más importante, justificaré por qué prefiero hablar
de movimientos de transformación educativa y cultural más que
de renovación pedagógica.
El nombre de `Movimientos de Renovación Pedagógica´ quizá sea
fruto de un momento histórico más que una buena descripción de
lo que los MRPs hacemos y pretendemos hacer. La idea de `movimiento´,
me parece plenamente actual, por más que haya dificultades para
serlo realmente. Por el contrario, creo que la práctica y la
teoría de los MRPs casi siempre ha ido más allá de lo que indica
el concepto de `renovación pedagógica´ (Martínez Bonafé, 2002).
Los MRPs nos definimos como movimiento social y tenemos una perspectiva
global sobre el sistema educativo (lo que nos diferencia de colectivos
organizados en torno a la didáctica de un área, por ejemplo).
Por tanto, cada vez este doble término sirve menos para definirnos
y para situar nuestra acción futura, así como la de otros colectivos
y personas empeñados en similares tareas.
¿Por qué renovación pedagógica me parece hoy un término
restringido?:
· La idea de renovación,
aunque más profunda que la de innovación, remite a una novedad
temporal; en los tiempos actuales, en los que el cambio se mitifica
desde la perspectiva de la modernización constante, no remite
a ninguna fundamentación crítica ni apunta a un cambio profundo
(aunque la `contrarreforma´ en marcha es tan reaccionaria que
hasta la misma idea de renovación aparece como un revulsivo).
· Al centrarse en un cambio
metodológico (aunque lo pedagógico es más amplio), se difumina
la necesidad de cambios culturales, organizativos, sociales y
políticos. Esto no quiere decir que, al contrario de lo que algunas
personas afirman, lo metodológico no sea un asunto clave, sino
que ha de ser visto dentro de un planteamiento más global y radical
(en el sentido de ir a la raíz). Un ejemplo: los métodos educativos
pueden luchar contra la exclusión del aprendizaje de parte alumnado,
pero no dejamos de estar dentro de un sistema educativo selectivo
que pretende justificar en los resultados académicos la jerarquización
sociolaboral que también existiría en caso de que todo el alumnado
aprobase e incluso aprendiese.
· Otro aspecto clave se
refiere a quiénes son los sujetos del cambio: parece que la renovación
pedagógica sea cosa de profesionales que renuevan sus prácticas
dirigidas al alumnado. Éste, por tanto, es objeto de los cambios
y no sujeto de ellos; y quedan fuera también como sujetos las
familias, los movimientos sociales... y, en general, toda persona
que no sea profesional de la educación. Aunque muchas veces la
renovación pedagógica busca la participación, la discusión sobre
la renovación pedagógica se da entre profesionales, lo que constituye,
además de una contradicción, una limitación a la hora de conseguir
sus objetivos e incluso una alteración de los mismos.
Sin necesidad de cerrar la cuestión necesariamente en un único
término, la idea de movimientos de transformación socioeducativa
(o educativo-cultural) puede superar algunos de estos
inconvenientes, al apuntar más claramente hacia un cambio que
suponga transformación y no sólo innovación, que sea educativo
y cultural y no sólo metodológico, y que permita el protagonismo
de todos los sectores, no sólo el profesional, así como la inclusión
de todos los ámbitos (escuelas, movimientos sociales, medios
de comunicación, animación social, tiempo libre, etc.). La educación
escolar representa sólo una parte de la educación: no es válido
operar sólo en la escuela y considerar el resto como contexto
a tener en cuenta pero al que no hay que transformar. Por otro
lado, incluso la innovación educativa, si se pretende crítica,
queda alterada si es individual o puramente institucional; una
auténtica transformación educativa sólo lo será si forma parte
de un movimiento transformador, pues sin dinamismo, sin relación
y conflicto social, la innovación puede ser relevante didácticamente,
pero restringida en su carácter crítico y en su relevancia.
En los últimos tiempos han ido surgiendo en España (además de
las acciones institucionales o de las académico-científicas,
que no son el centro de nuestra preocupación) otros colectivos
organizados que no se definen como MRPs aunque apuntan en direcciones
parecidas. En algunos casos, se trata de iniciativas propiamente
sociales de gran interés desde el punto de vista que aquí se
mantiene. En la mayoría de los casos, sin embargo, se trata de
colectivos de investigación, muchas veces en torno a un área
concreta: en estos casos, por interesantes que puedan ser sus
aportaciones científico-didácticas, tienen un alcance más limitado
social, educativa y organizativamente que los propios MRPs: generalmente
son grupos de profesionales y de carácter más bien cerrado. Respecto
a las clásicas organizaciones sectoriales (AMPAs, sindicatos
progresistas de profesorado y alumnado...), siguen siendo fuerzas
a tener en cuenta, pero muchas veces sufren una gran debilidad
crítica y organizativa real en su base y no suelen superar su
carácter `estamental´ para actuar conjuntamente (salvo en situaciones
coyunturales). El `movimiento de movimientos´ que hay que ir
construyendo deberá incluir la renovación pedagógica valiosa
y crítica, y podrá conectar estas realidades específicamente
educativo-escolares, pero tiene que ir más allá.
En los momentos de la llamada `transición´ (y antes, en la oposición
al franquismo), toda persona que quisiera cambiar una educación
autoritaria y anquilosada conectaba de alguna manera con un movimiento
de oposición y transformación más amplio (esto se daba de manera
informal y/o mediante una conexión intelectual entre una motivaciones
últimas y otras). Ahora bien, cualquier renovación metodológica
(a veces no era ni eso) se consideraba relevante e incluso crítica
simplemente porque quienes la promocionaban tenían un talante
progresista en lo social. Hoy sabemos más, hemos reflexionado
más, y somos conscientes de que no cualquier novedad es buena
por sí, y que tampoco se relaciona siempre con una transformación
social deseable. Pero también resulta cierto que existe más cinismo
(los que no creen o no tienen interés en ningún cambio, aunque
a veces se definen como críticos/as) y más instalación en la
realidad, negando la esperanza, y que el campo de la educación,
y aún el de su renovación, se ha ido profesionalizando y perdiendo
contacto con el los movimientos críticos. Y hoy tenemos que ir
respondiendo simultáneamente a nuevos retos que hacen a muchas
personas, de dentro y de fuera de la enseñanza, reclamar cambios
reaccionarios (ante el aumento de la diversidad cultural, ante
la mayor dificultad en "dar clase", ante la comprensividad...).
Es decir, a la vez que vamos hacia delante, hay que evitar ir
hacia atrás; o quizá sea el mismo movimiento: un movimiento que
transforma críticamente, pero no convenciendo a otros de nuestras
soluciones, sino encontrando las maneras de hacer más igualitario
el debate y la acción social. Un ejemplo: el pelear contra la
exclusión y la segregación no ha de ser una tarea de unos que
se preocupan por otros, sino que se consigue la imposibilidad
de la exclusión de una mayoría o minoría social cuando ésta tiene
suficiente poder para hacer oír su voz y operar en la vida pública
[2] .
Para esta tarea hacen falta nuevas estrategias y nuevos modos
de actuar, pero también es necesario que abordemos la educación
desde una perspectiva cultural, y que nos planteemos qué relaciones
existen entre el movimiento específicamente educativo y otros
movimientos sociales.
La educación intencional se sitúa dentro de una cultura, pero
a menudo se olvida de este hecho: actúa como si de ella sólo
interesara un saber escogido de entre una idea particular de
cultura (la `alta cultura´) y se tratase de inocularlo en las
mentes de los/as aprendices. Frente a esta concepción, se sitúa
la psicología histórico-cultural inaugurada por Vygotski, realizando
algunas críticas radicales al individualismo de la visión educativa
habitual, a su aculturalismo, a su cognitivismo (que no tiene
en cuenta lo social y emocional) y a su falta de contextualización,
aunque todo ello quizá sean formas diferentes de expresar la
misma idea. Esta psicología de enfoque sociocultural concibe
el desarrollo individual como una construcción cultural,
que se realiza a través de la socialización con adultos de una
determinada cultura mediante la realización de actividades sociales
con `sentido´. Por otro lado, se invierte la tradicional relación
que se suele establecer entre desarrollo y aprendizaje: Vygotski
afirma que el proceso de desarrollo sigue al de aprendizaje,
creando así el área de desarrollo potencial, con ayuda de la
mediación social e instrumental (Vygotski, 1989, o.1930-34).
La psicología histórico-cultural constituye un sólido referente
para la educación que defendemos, además, por las orientaciones
que de su enfoque se derivan: el papel decisivo que juega la
actividad social real y `con sentido´ (Álvarez. y Del
Río, 1990) y la opción por enriquecer el contexto, frente
a la peligrosa tentación de adaptarse a él en un sentido limitante
(Ayuste et al., 1994).
Deberíamos, por tanto, replantearnos las relaciones entre conocimiento
teórico y práctico, así como el diseño de los contextos de aprendizaje:
su vitalidad, su riqueza para la relación social y para el aprendizaje
relevante, su capacidad de acoger a los modos de aprendizaje
no académicos, selectivos socioculturalmente por definición
[3] : una interesante propuesta (aunque parece faltarle
el componente transformador) es la Fiorenzo Alfieri (1993): el
aprendizaje cultural desde el territorio y la escuela,
tal como fue llevado a cabo desde el Ayuntamiento de Turín en
años pasados. Y en una línea complementaria, Francesco Tonucci
(2002) ha impulsado propuestas urbanas que buscan respetar y
enriquecer la vida infantil (en este caso se echa en falta, no
obstante, una visión más relacional entre lo infantil y lo adulto,
más histórico-cultural).
En otro sentido, encontramos en la propuesta de democracia
cultural un poderoso revulsivo. Según Ander-Egg, se ha pasado
de defender el objetivo de la democratización cultural al de
la democracia cultural: si la primera se centraba en “proporcionar
conocimientos culturales, en hacer participar de los beneficios
de la élite cultural, la segunda consiste en asegurar a cada
uno (individuos, grupos o pueblos) los instrumentos para que
con libertad, responsabilidad y autonomía puedan desarrollar
su vida cultural” (Ander-Egg, en Flecha, 1990, p. 76).
Pero la cultura es un espacio de conflicto. Con su concepto
de `hegemonía´ Gramsci resaltó la necesidad de atender a la cultura
como campo de lucha social, en tanto en cuanto el dominio no
se ejerce sólo por la fuerza, sino también por el consentimiento,
a menudo disfrazado de sentido común: pensamiento hegemónico
como aquello que parece natural, sobre lo que ni siquiera se
cae en la cuenta de que es una construcción histórica y, por
tanto, cambiable. En este espacio de contradicción y transformación
social se dan diferentes formas de producción creadora, estructuradas
dentro de las relaciones de clase, género, etnia, edad, etc.
Como dicen Henry Giroux y Peter McLaren:
“En primer lugar, el concepto de cultura ha estado
conectado íntimamente con la cuestión de cómo las relaciones
sociales son estructuradas dentro de las formaciones de
clase, género y edad que producen formas de opresión y dependencia.
En segundo lugar, la cultura ha sido analizada dentro de la perspectiva
radical, no simplemente como una forma de vida, sino como una
forma de producción a través de la cual diferentes grupos,
sea desde sus relaciones sociales dominantes o subordinadas,
definen y realizan sus aspiraciones a través de relaciones asimétricas
de poder. En tercer lugar, la cultura ha sido vista como un
campo de lucha en el cual la producción, legitimación
y circulación de formas particulares de conocimiento y experiencia
son áreas centrales de conflicto.”
(Giroux y McLaren, 1998, pp. 119-120)
Aún así, tendríamos que resolver (aunque no vamos a intentarlo
aquí) los problemas que existen al articular las propuestas sociales
críticas con las culturas populares (no se trata de dos cosas
diferentes y enfrentadas de por sí, pero pueden existir dificultades
de entendimiento [4] ), con la cultura de masas, con la cultura
escolar (no neutral)
[5] ... y todo ello en el marco de la cultura dominante y
de la desigualdad social
[6] . Además, los retos de la interculturalidad se han presentado
ya en nuestras sociedades, aún cuando con la segregación, la
exclusión o el asimilacionismo (cuando no el rechazo) pretendan
ignorarse. Un apretada síntesis de algunas de estas cuestiones
las encontramos en una publicación de Entrepueblos; al
comentarse las dificultades que se presentan en la escuela para
una diversidad cultural en plano de igualdad, se afirma:
“a) «La diferencia en los códigos de comunicación»
que señala C. Camilleri entre el medio de procedencia del alumnado,
y la institución escolar; en efecto, lo que antes hemos llamado
«cultura de clase media» se refleja entre otros aspectos, en
el vocabulario empleado en el aula, en la dicotomía entre autonomía
personal y control, en la preminencia del saber teórico sobre
el práctico, en el diferir el sentido del trabajo escolar en
función de unas expectativas, etc...
b) En segundo lugar tendremos que tener en cuenta las dificultades
de asunción y comprensión de la propia cultura o elementos culturales
diferenciales y el posible conflicto con la cultura académica;
esto provoca diversas reacciones en el alumnado, que se hacen
mas complejas entre los que proceden de otra etnia o zona geográfica."
(VV.AA., 1995, p. 29)
En todo caso, en nuestra propuesta han de entrar en juego las
acciones y contextos creados por los movimientos sociales críticos,
como cuestionadores del pensamiento hegemónico al denunciar lo
injusto, como impulsores de nuevas realidades y, en definitiva,
como constructores culturales alternativos, sin los cuales la
cultura crítica escolar difícilmente puede llegar a ser cultura,
educación y acción transformadora.
Jorge Riechmann y Francisco Fernández Buey definen de forma
aproximativa a un movimiento social como “un agente colectivo
que interviene en el proceso de transformación social (promoviendo
cambios, u oponiéndose a ellos)” (Riechmann, y Fernández Buey,
1994, p. 47). La acción es un componente esencial, obviamente,
pero también es importante la función expresiva de los movimientos
sociales, tal como nos dice Pedro Ibarra:
[Las personas que participan en un movimiento social]
"Creen que los problemas a favor de los cuales han decidido
movilizarse, deben solucionarse de forma participativa, igualitaria
y cooperativa, y por tanto buscarán organizarse, moverse de forma
solidaria, participativa para solucionar esos problemas. Así,
prefiguran en su acción colectiva el mundo (o una parte
del mundo) que tratan de establecer. (...)"
Ibarra (2000, p. 10)
Sin embargo, no todas las organizaciones sociales luchan por
la superación del actual modelo social: algunas podrían ser presentadas
como agregados que permiten la salvaguarda de la buena conciencia
sin cuestionar, e incluso fomentando, el propio sistema de explotación
global [7] . Los
colectivos sociales críticos, en cambio, construyen un imaginario
social alternativo, cuestionando la realidad, pero también la
representación que de ella nos hacemos: yendo más allá de
lo que se ve, poniendo en primer plano las causas que explican
lo que sucede, y no sólo los efectos finales (que suelen presentarse
en la visión dominante como producto de lo inevitable o del azar);
haciendo ver que “lo que hay” no es “lo único que puede ser”;
realizando propuestas, mostrando cómo se ha configurado la realidad
actual, mostrando otras realidades... o, dicho de otra manera,
que “otro mundo es posible”; mostrando, mediante la acción, las
posibilidades de influir en la realidad, construyendo así una
imagen de la acción social inexistente desde el pensamiento dominante
(o reducido a su mínima expresión como votante en las elecciones).
Acción e ideología aparecen unidos: “distinguir entre ideologías
significa distinguir entre prácticas sociales; si se quiere cambiar
la ideología hay que cambiar la práctica social” (Rizzardini,
2002, p. 296). Es necesario ligar también lo personal y lo colectivo
(la idea feminista de que “lo personal es político”), y dotar
de dimensión colectiva a lo que aparece como individual: como
dice Marco Rizzardini, frente al encajonamiento en los “microcosmos
personales” que produce el capitalismo, “está la necesidad de
ir a refundar una elaboración, al menos alusiva, de una dimensión
colectiva; producir identidad colectiva, producir “comunicación”,
significa producir las condiciones de la resistencia, de la crítica
radical e inmanente a la destrucción de los lazos sociales impuesta
por el capitalismo” (Rizzardini, 2002, p. 336).
Los movimientos sociales tienen un componente cultural
ineludible: más allá de cada acción concreta, existen prefiguraciones,
imaginarios y formas de mirar alternativas, y, además, una cultura
propia generada en el propio estilo de relación, acción y discusión.
Imanol Zubero afirma:
"Mi tesis fundamental (...) es que en la
actualidad no existe posibilidad alguna de poner en marcha una
práctica emancipatoria significativa si no es sobre la base de
una previa transformación cultural. Tarea de transformación
cultural que exige dos cosas: la primera, aprender a mirar
de una forma nueva la realidad social, ser capaces de analizar
la realidad social con claves nuevas, diferentes de las claves
dominantes; la segunda, establecer, a partir de esas nuevas claves,
un auténtico combate cultural, una confrontación de legitimaciones."
[las cursivas son del autor]
Zubero (1996, p. 16)
Pueden suscribirse estas palabras, si eliminamos o matizamos
la palabra `previa´; es decir, la transformación cultural no
se da disociadamente de la transformación concreta, de las acciones.
El mismo Imanol Zubero dice en otra parte que el espacio socialmente
definido en el que tiene lugar la acción es también resultado
de la acción: "la acción colectiva está envuelta en una
textura cultural, una realidad que consiste en un específico
discurso organizado que es previo a las motivaciones de los sujetos
para actuar juntos y que incluso supera a las motivaciones de
los actores" (Zubero, 1996, p. 65). No se trata de que los
movimientos sociales sólo actúen en la esfera de lo cultural,
sino de que es esta esfera la que ahora nos interesa, por su
máxima conexión con la educación. Ha llegado el momento, por
tanto, de presentar el concepto de cultura transformadora y,
posteriormente, utilizarlo como campo común entre los movimientos
sociales y la educación crítica.
El aprendizaje y la acción social se insertan en una trama cultural
que las trasciende, pero esta misma trama es transformada por
la acción social-educativa transformadora. Cualquier acción educativa
crítica, por tanto, incluye una opción cultural; de hecho, todo
el mundo estaría de acuerdo en que la educación debe `promover
la cultura´. Sin embargo, `qué cultura´ hay que promover ya es
otra cuestión: vamos a ir avanzando dentro de algunos conceptos
de cultura.
1. Cultura como saber.
Entendido como `saber´, el concepto de cultura resulta muy restringido,
muy limitado. Y más aún: suele tratarse de un saber estático,
externo, que se considera que está `arriba´, a veces hasta fosilizado.
El `saber´ entra dentro de nuestro concepto de cultura, pero
no lo agota, y, además, debe superar la cosificación, el estatismo,
la simplificación; por el contrario, el saber es complejidad,
dinamismo, discusión,... y relación con la realidad. La cultura
no puede reducirse a algo que se posee a la manera de un objeto,
aunque sí que debamos `tener conocimientos´; la cultura, en su
sentido profundo, `se es´. Y no olvidemos el poder, en su relación
con el saber: ¿quién decide qué saberes son valiosos y cuáles
no? ¿quién controla el contexto y la intención? ¿el saber supone
poder para el que lo tiene, y exige sumisión a l@s demás?
2. Cultura como disfrute.
Entramos en un concepto de cultura más dinámico y vital. Promovamos
la cultura como disfrute y crecimiento personal, pero con matices.
Seguramente hay que evitar o superar ciertos peligros y limitaciones:
a) la cultura como consumo, como entretenimiento que no hace
crecer el pensamiento, ni la acción, ni la emoción (verdadera);
es la cultura como espectáculo-masa; b) la cultura como suma
de creaciones de “artistas” o `personas sabias´, creaciones que
otr@s solamente pueden aspirar a recibir; disociando así creadores/as
individuales – receptores; c) la separación de la realidad, olvidando
los efectos reales de la acción. [8] ; d) la cultura como placer individual y descomprometido.
3. Cultura como creación y
re-creación. Hay un componente colectivo, de interacción,
en cualquier realidad cultural. Sólo cuando somos capaces de
crear o re-crear, estamos viviendo con autonomía y libertad la
existencia humana. No existe la libertad acultural, puramente
individual y abstracta, pero tampoco existe acto humano verdadero
si es puramente mimético. No nos refiramos sólo a la creación
de objetos culturales (creación artística) o de conocimientos:
de forma más general, la cultura se re-crea en todos los actos
y relaciones vitales.
4. Cultura cotidiana.
Una cultura engarzada en lo cotidiano, y, por tanto, en lo más
profundo de la conciencia: no es contradictorio. ¿O no conocemos
a quienes escribiendo sobre crítica social, denunciando el individualismo,
actúan en la práctica compitiendo brutalmente, expulsando a los
demás de su `territorio´? La actuación cotidiana está impregnada
de la cultura profunda, la más real: todos tenemos más problemas
en cambiar la forma de vivir que en entender, e incluso explicar,
cómo se puede hacer. Ahora bien, muy engarzados en `lo que existe,
en la vida de cada día´, corremos el riesgo de que no haya avance,
de que nos quedemos encasillad@s en lo monótono, en lo repetido
y en lo limitado. Pero entonces estamos traicionando el sentido
dinámico, la re-creación. Es necesario elevar la vida cotidiana,
“culturizarla”, a la vez que la cultura se hace real y cotidiana.
5. Cultura crítica. Las
condiciones actuales no sólo suponen explotación, desigualdad...
sino que constriñen el verdadero crecimiento humano, por lo
que parece necesario que la acción cultural sea crítica además
de creadora. Pensemos en una cultura como conciencia crítica,
una cultura que imbrica lo cotidiano, lo concreto y lo emocional
con el saber, la ideología y los valores. Se cuestiona así,
tanto el mundo como su representación. Hay varios peligros, sin
embargo. El elitismo constituye uno de ellos (yo soy muy crítico/a,
pero de una forma que me separa del resto). Otro es la desesperanza,
criticar pero no confiar en el cambio; no creer que “otra realidad
es posible”. Y una limitación todavía: falta la acción, para
que podamos hablar de "cultura transformadora".
Hemos propuesto ya en alguna ocasión el concepto de cultura
transformadora como eje: necesitamos una cultura transformadora
que critique a lo existente, pero también plantee propuestas
(en plural), haciendo hincapié en las posibilidades transformadoras
de la participación consciente y colectiva. Y ha de ser una cultura
de y para toda la población, sin exclusiones, sin desigualdad,
sin dominio. La cultura transformadora es aquella que ayuda
a comprender y actuar críticamente en la sociedad en la que vivimos,
para superar la desigualdad y la dominación, es la que conecta
la reflexión con la acción, es lo que queda después de
cada experiencia transformadora, y que a la vez aumenta el bagaje
para la siguientes. Cultura transformadora es, podemos decir,
la que conecta la utopía con las realidades concretas que
necesitan superarse, la que favorece la participación crítica.
En este sentido, la cultura transformadora conecta a los diferentes
movimientos sociales entre sí, va construyendo (más que definiendo,
aunque también) algunas claves comunes y va estimulando el enriquecimiento
mutuo, mediante la diferencia: de temas, pero también de formas
de actuar e incluso de ideas. No hace falta uniformidad, ni competencia
entre temas y ámbitos; lo que resulta imprescindible es construir
conjuntamente algunas claves compartidas (de acción, de valores
y de pensamiento), o, lo que es lo mismo, una cultura común que
trascienda y que conecte cada tema, cada problema, cada actuación.
¿Todo esto anula los saberes, el disfrute, etc., en relación
con la cultura? Obviamente no. Lo que queremos decir es que el
concepto de cultura transformadora que proponemos debe incluir
lo válido del resto de concepciones, tal como las hemos ido matizando,
pero dentro de una visión que incluye la acción y el pensamiento,
lo colectivo y lo personal. Hay aspectos que quedan menos acentuados
en esta perspectiva: es cierto, pero, en todo caso, esta perspectiva
es la que interesa promover, como punto de encuentro entre el
movimiento social y educativo transformador.
Freire explica su propuesta de acción-reflexión lo mismo en
un contexto educativo que debe ser a la vez lugar de acción (el
círculo de cultura con adultos) que en un movimiento social que
también debe ser educativo; el papel que corresponde a la educadora
o educador en un lugar es el que corresponde a la persona que
actúa como `líder´ social en el otro; y en los dos casos ha de
superarse la dicotomía educador-educandos mediante el encuentro
dialógico (Freire, 1990). En acertada síntesis, Carlos Núñez
titula uno de sus libros "educar para transformar... transformar
para educar". Y en la experiencia y reflexión acumulada
de la educación popular latinoamericana encontramos un
poderoso referente (Korol, 2001; Castilla, 2001). El componente
educativo de los movimientos sociales críticos y la acción de
la educación emancipatoria han de ser así integrados en un único
enfoque global (respetando sus propias especifidades).
El movimiento de transformación educativa no tiene así una naturaleza
diferente, esencialmente, a otro movimiento que se defina como
`social´. Y, cuando nos hallamos dentro del campo de actuación
educativa con una intención transformadora (en una escuela, en
un grupo de animación...), existen interesantes puntos de unión.
Sin embargo, creo que conviene concretar un poco más, para que
la colaboración no oscile entre la mera conexión genérica y la
colaboración puntual, o bien se dé una confusión de planos. Se
necesita establecer un campo de encuentro más concreto y constante;
un campo común pero que a la vez responda íntimamente a las funciones
y características específicas de los movimientos sociales y de
la labor educativa especializada
[9] . El campo común que puede responder a estas características
es el de la construcción de una cultura transformadora
(Ver Gráfico 1).
Parece claro que la educación no puede pretender generar conciencia
crítica real si se desvincula del contexto social y no tiene
como uno de los referentes clave a los movimientos sociales:
se quedaría en una pseudo-conciencia contemplativa, en el mejor
de los casos, sin acción y compromiso real, vital, humano y conflictivo.
Pero el movimiento social tiene sus limitaciones, al menos en
la situación actual: por sus dificultades para llegar a la totalidad
de la población, o por la desigualdad sociocultural que lastra
la participación de los grupos más o menos excluidos: baste ver
cómo están infrarrepresentados en los movimientos sociales los
grupos de menor poder cultural, aunque sean mayoritarios, como
es el caso de las clases trabajadoras sin estudios universitarios
(además de los problemas de supervivencia que casi imposibilitan
la participación de las personas con menos ingresos económicos);
en este sentido, abogamos por una educación integral (vital),
igualitaria y transformadora: si alguno de los polos falta,
altera a todos los demás: por ejemplo, sin alteración del contexto
y participación comunitaria, la educación puede ser más igualitaria,
pero no igualitaria; y todo ello no se dará sin conflicto y resistencia,
puesto que vamos más allá del disfraz técnico que encubre la
desigualdad, la pobreza formativa y la dominación.
Gráfico 1
En Concejo Educativo hemos concretado un poco más, hoy y aquí,
reflexionando y haciendo propuestas sobre cómo pueden complementarse
las acciones de los movimientos sociales y de la educación formal
(Concejo Educativo, 2002). Para que esto sea posible, sin embargo,
ha de cambiar radicalmente la educación, incluso la que se pretende
renovadora. También en algunos aspectos los movimientos sociales
tienen que enriquecer su modo de actuar y sus objetivos. Me refiero
a que, en muchas ocasiones, la actividad, lo urgente, lo inmediato,
cuando no la compartimentación o la exigencia técnica, dificultan
la creación del poso cultural transformador que hace que
`quede algo´ después de cada acción. La otra gran dificultad
de los movimientos sociales es la escasa influencia en la mayoría
de la población que no está dentro de sus redes de acción. En
este sentido, parece conveniente que se amplíe su conciencia
de ser agentes culturales-educativos y se generen instrumentos
adecuados y propios de su campo de actuación: más que producir
materiales didácticos que, descontextualizados de su utilización
en la acción social, son unos materiales más dentro de las escuelas,
se trataría de que exista toda una línea de materiales y acciones
accesibles a la población en general, y que, por tanto, exista
una posibilidad de educación social crítica y dialógica.
Paralelamente, resulta imprescindible que los movimientos sociales
y la educación crítica contribuyan al aumento de poder (empoderamiento)
de los grupos sociales más o menos excluidos de la vida pública,
para que la participación igualitaria sea posible. Hay que rechazar
aquellos planteamientos educativos que se reclaman críticos,
pero que no tienen en cuenta, en la práctica, a la totalidad
del alumnado, o las de quienes, desde el ámbito social, no consideran
que la mayoría de la población sea destinataria, desde el principio,
de sus prácticas. Se trata de pelear por la igualación económica
y educativa, pero también de generar acciones que consigan conectar
las preocupaciones más inmediatas de numerosos sectores sociales
(especialmente si tienen que ver con la supervivencia económica
y social) con las necesarias transformaciones más o menos estructurales:
me refiero a que quien está preocupado por tener un empleo ahora
o en un futuro cercano no puede entusiasmarse con el estudio
de las condiciones estructurales del paro o de su evolución histórica;
y, por el contrario, si se trata de resolver `su´ problema de
forma individual, entonces la realidad estructural del paro y
del subempleo seguirá reproduciéndose.
La emancipación, de esta manera, ya no ha de entenderse como
una acción de unas personas sobre otras, pues sería inconsecuente
con sus presupuestos básicos: “nadie educa a nadie – nadie se
educa a sí mismo – los hombres se educan entre sí mediatizados
por el mundo” (Freire, 1997, e.o. 1970, p. 73). Así, “el verdadero
diálogo reúne a los sujetos en torno al conocimiento de un objeto
cognoscible que actúa como mediador entre ellos” (Freire, 1990,
p. 70). Sin embargo, resaltemos que la perspectiva dialógica,
para ser emancipadora, necesita que, al menos una de las partes
que se encuentran (en la educación o en la acción social) aporte
una visión crítica y que exista una inserción en contextos
sociales transformadores: en caso contrario, el diálogo no
salta la barrera del pensamiento dominante. Así será posible
que el encuentro educativo sea un compromiso de todas las personas
participantes para cambiar lo que restringe el aprendizaje y
la libertad, como afirma Costa Criticos (1993), sin perder como
referentes los objetivos de igualdad en la diversidad, de democracia
radical y de defensa y construcción de lo público. Llega ahora
el momento de presentar una propuesta que, a pesar de ser general,
se sitúa en el plano del `qué hacer´ como activistas.
Dentro del campo educativo contamos con experiencias prácticas
en centros concretos, reflexiones teóricas –generalmente individuales-,
colectivos (grupos de investigación, asociaciones con finalidades
muy concretas) y movimientos organizados con intenciones más
globales (MRPs...). También tienen su peso organizaciones como
los sindicatos de profesores/as y de estudiantes o CEAPA). Y,
casi al margen, nos encontramos con el mundo de la educación
no formal (educación no reglada de personas adultas, educación
social...). Suele operar cada uno de estos elementos dentro
de su propio ámbito, y las relaciones entre unos y otros son
casi nulas o puramente coyunturales. Pero, además, el movimiento
de transformación educativo-cultural, si quiere tener un carácter
crítico, no debe reducirse al ámbito de la educación especializada,
sino que tiene que estar conectado con los movimientos sociales,
al menos en su vertiente de creación de sentido, y conocimiento.
Hoy por hoy, no existe esta relación de forma general, estable
y constructiva.
En otros apartados he ido fundamentando cuáles son las claves
para conectar el movimiento educativo crítico con el movimiento
social. Pero es verdad que necesitamos también, para abarcar
más la realidad, estar en conexión con organizaciones y colectivos
que no tienen una opción transformadora tan decidida pero demuestran
capacidad para generar experiencias o resistencias políticas
a recortes en los derechos educativos o a la privatización. Conciliar
el operar en lo concreto con la intervención pública, relacionar
lo educativo y lo social, conectar sectores que suelen ir cada
uno por su lado (familias, sindicatos educativos, movimientos
sociales,...), etc., sin caer ni en el reformismo ni en la pasividad
práctica [10] , no es fácil. En todo caso, no tiene por
qué existir una solución definitiva y global para hacerlo, pero
sí podemos pensar en un `mapa´ que favorezca el trabajo en red
y el encuentro educativo-cultural, no desde falsas equidistancias
o pretensiones totalizadoras, sino asumiendo que se pretende
ser, desde un tipo de movimientos, uno de los nodos. Dicho al
revés, proponemos que los movimientos socioeducativos se constituyan
en nodos que tienen entidad por sí mismos, pero que simultáneamente
propongan cuáles pueden ser las relaciones a mantener con el
resto del movimiento transformador.
Gráfico 2
En el Gráfico 2 se simboliza lo que pueden representar las personas
o centros como elementos aislados, las organizaciones como entidades
amplias y estructuradas, los movimientos como colectivos más
pequeños, flexibles y abiertos y la forma de conexión en red.
Si los elementos individuales tienen la posibilidad de concretar
y contextualizar sus experiencias y aportaciones, tienen en su
carácter aislado su principal limitación (y no olvidemos que
quienes se van desligando de un movimiento más amplio, tienen
muchas posibilidades de acabar integrándose `en lo que hay´).
Por su parte, las organizaciones tienen la capacidad de abarcar
amplios territorios y a numerosas personas, pero su incidencia
en cada contexto concreto es menor, además de depender de la
estrategia general, establecida normalmente desde el centro de
la estructura organizativa. Los movimientos, en los cuales nos
incluimos, tienen gran flexibilidad en su actuación y una gran
capacidad de contextualización, pero no inciden directamente
en la realidad concreta ni llegan a la mayoría de la población.
Finalmente, las redes son una estructura conexional emergente
e indudablemente poderosa y flexible, muy cercana a los modelos
de relación social espontánea (favorecida además por las nuevas
tecnologías de la comunicación), pero necesitan la intencionalidad
que le proporcione alguno de sus componentes para tener alguna
eficacia transformadora [11] . La propuesta de integración que hago recoge todas estas
realidades ya existentes, pero, más allá de sumar simplemente
todo lo que hay, el mapa contiene algunos aspectos particulares:
o El papel clave
que se otorga a los movimientos socioeducativos como nodos de
conexión entre colectivos sociales y educativos, personas, organizaciones,
etc.; es evidente que no son los únicos nodos, pero cada cual
tendrá que definir cómo quiere actuar y cómo genera redes propias
(que no son incompatibles con éstas).
o La necesidad de
integrar lo educativo y lo social, específicamente en su vertiente
cultural (cultura transformadora). En este sentido, el campo
educativo se enriquecería con visiones externas y con la creación
de contextos críticos, así como con la asunción social de la
educación como tema público. Los movimientos sociales, por su
parte, se verían estimulados a tener más en cuenta su vertiente
educativo-cultural dirigida a toda la población, así como a participar
en la construcción progresiva pero constante de herramientas
y contextos culturales transformadores.
o La conveniencia
de que exista un espacio de encuentro entre todas las realidades
que tengan que ver con la educación igualitaria y democrática,
de una u otra manera, sin necesidad de estar en todo de acuerdo.
Este espacio no tiene por qué tener la forma de coordinación,
sino de lugares y formas de intercambio con cierta estabilidad,
que se convierten en lugares de referencia común sin que haya
que definir quiénes están y quiénes no (por ejemplo, a nivel
estatal es obvio que se necesitaría un espacio telemático de
intercambio, que debe mantener alguien en concreto, pero que
tiene como objetivo un objetivo que trasciende a quienes lo mantienen).
o La posibilidad
de relacionar (no integrar) planos muy distintos, como los de
la acción personal como profesional o activista, la colectiva
e incluso, hasta cierto punto, algunos elementos de la institucional
(cuando puede actuar con alguna autonomía: un centro educativo...).
En todo caso, ha se superar el plano exclusivamente profesional
y escolar, terreno en el cual, aunque no existe algo como lo
que proponemos, sí que hay más relación interna.
Gráfico 3
¿Cómo entendemos el campo de colaboración y discusión? En el
Gráfico 3 intento simplificar lo que pueden ser dos variables
clave respecto a la educación y la transformación social. Por
un lado, desde el punto de vista de la finalidad de la acción,
podemos establecer un horizonte más o menos crítico-transformador
respecto a la sociedad que vivimos. Por otro, desde el punto
de vista metodológico, encontramos posiciones más o menos dirigistas-transmisivas.
Seguramente debemos encontrar, como movimientos específicos,
opciones que intenten superar esta dicotomía en una única
propuesta: pienso que la base más adecuada actualmente para
ello es el pensamiento de Freire, en el cual difícilmente podemos
separar un aspecto y otro.
[12] Sin embargo, como estamos pensando en un campo de
colaboración más amplio, el disociar ambos polos puede servirnos
para delimitarlo un poco, sin reducirlo a lo que puede ser una
opción particular. Así, podemos dejar claro que no nos interesa
mucho discutir con aquellas opciones políticas y educativas que
no incluyen ninguna visión dialógica o que no tienen ninguna
dimensión crítica. Pero no excluiríamos para el encuentro a aquellas
que, siendo más bien dirigistas, tienen un componente crítico
(por ejemplo, lo que correspondería a las propuestas de Gramsci),
o a aquellas que, siendo poco sociocríticas, propugnan el desarrollo
personal y la participación comunitaria (por ejemplo, lo que
podemos llamar enfoque personalista-humanista, o el de Morin,...)
[13] .
Cada cual puede participar desde su esquema propio, pero parece
conveniente clarificar desde dónde se habla, asumiendo la tensión
que supone defender un modelo propio y a la vez establecer contextos
de colaboración y diálogo con otros modelos, generando nuevas
perspectivas y experiencias reales. Quizá una propuesta de este
tipo pueda conjugar la intencionalidad y la pelea social de la
modernidad con la apertura, flexibilidad y complejidad que hoy
valoramos (no necesariamente desde puntos de vista postmodernos):
o, dicho de otra forma, quizá se trate de llevar a cabo, también
en el plano organizativo, una propuesta participativa y transformadora.
Muchas de
las ideas expuestas aquí atraviesan diversas actuaciones concretas,
pero no constituyen su eje principal. Otras alimentan los deseos
y buscan la forma de hacerse reales. En algunos casos, no obstante,
podemos hablar de iniciativas concretas que tienen mucho que
ver con lo que ahí se ha expuesto.
o Quizá lo que más
se acerque a la idea de cultura transformadora de la que hemos
hablado, así como de la propuesta de redes socioculturales transformadoras,
sea la iniciativa que está desarrollando Concejo Educativo con
otros colectivos sociales de Castilla y León: RedCyL www.redcyl.comunica-accion.org.
Se ha puesto en marcha, entre otras cosas, un sitio web
dirigido a toda la población, de carácter crítico y construido
colectivamente, como es comunicAcción (www.comunica-accion.org).
Puede verse en el mismo sitio web su presentación y su
realidad actual, pero también su fundamentación desde el campo
educativo en www.concejoeducativo.org\alternat\edu_mmss.htm.
o En Concejo Educativo
hemos trabajado especialmente con los movimientos sociales en
nuestro tema central del curso 2002-2003 Educación igualitaria
y transformadora.... (www.concejoeducativo.org/3igu_tra.htm).
En cuanto a experiencias de aula que relacionen la actividad
escolar con los movimientos sociales a través de la acción real,
contamos con la que desarrollan Miguel Ángel Aragón y Elisa Gutiérrez,
uno de cuyos ejemplos puede verse en www.concejoeducativo.org/alternat/e_aso-ga.htm
o También Concejo
viene formando una Red de personas en contra de la LOCE en Castilla
y León, en la que pueden integrarse enseñantes, padres/madres,
alumnado y ciudadanos/as en general (www.concejoeducativo.org/0red.htm).
Por su parte, la Federación de MRPs de Cataluña ha impulsado
la Coordinación de Escuelas 3-12, (http://esc3-12.pangea.org)
que conecta lo reivindicativo y lo pedagógico (véase el artículo
de Joan Domènech en el presente monográfico).
o La Confederación
de MRPs impulsó el Congreso estatal Construir la escuela desde
la diversidad y para la igualdad en el año 2001 con sindicatos
de enseñanza y CEAPA. (www.nodo50.org/igualdadydiversidad).
Es una experiencia ambivalente, en cuanto a que el encuentro
de sectores que se consiguió (aunque exclusivamente educativos)
no tuvo continuidad por las estrategias particulares de alguna
organización.
o Personalmente,
he desarrollado una pequeña sección web dirigida a la población
en general, como ejemplo de la idea de materiales críticos de
uso social, y que pueden ser utilizados educativamente, sin ser,
de antemano, didácticos y reducidos al ámbito escolar (www.comunica-accion.org/otramirada).
o Una iniciativa
ajena a los MRPs, de gran interés por lo que supone de intervención
en el campo educativo de los no-profesionales, es el Movimiento
por la calidad de la educación en el Sur y Este de Madrid
(www.nodo50.org/movicaliedu).
Añadamos finalmente que, en general, se puede acceder a un mayor
desarrollo de algunos de estos temas, así como a otros relacionados
(educación, transformación social) en la página personal del
autor: www.pangea.org/jei (educación transformadora,
acción y reflexión social, didáctica crítica de las ciencias
sociales....).
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