Aportaciones
de la didáctica crítica de las ciencias sociales
1. Algunas críticas a la didáctica habitual de las
ciencias sociales 1
2. Planteamientos generales 4
a) La "plataforma de pensamiento" de Cronos-Asklepios 4
b) Los postulados globales de R. Cuesta / Fedicaria
6
c) Considerando la desigualdad y la diversidad. El punto de vista
de los grupos oprimidos 11
3. Las finalidades en el aprendizaje de las ciencias sociales
12
4. Los contenidos de aprendizaje y sus problemas 14
a) El "conocimiento escolar"
15
b) La posición particular de J. M. Rozada
17
c) Más allá del conocimiento escolar al uso. Miradas desde el género 20
5. La puesta en práctica: métodos y unidades didácticas 24
No hace falta tener un punto de vista muy crítico
para caer en la cuenta de los agudos problemas que tiene la enseñanza
de las ciencias sociales, tal como suele ser practicada. Podemos
fijarnos en sus resultados en cuanto a los aprendizajes generados
a medio y largo plazo: escasos en cantidad, pobres si nos fijamos
en su calidad (memorísticos, y que se desvanecen casi totalmente
en cuanto el examen pasa), distorsionados ideológicamente (según
el pensamiento hegemómico), irrelevantes en lo personal. El escaso
interés del alumnado por los aprendizajes sociales que le suele
ofrecer la escuela, en general, viene a ser causa y consecuencia
y elemento constituyente de esta misma realidad. Desde un punto
de vista externo, hemos de fijarnos en la atención que recibe el
área social por parte de las autoridades políticas: atención en
cuanto a fijar los contenidos que refuercen la opción ideológica
y/o nacional de dichas autoridades (otra cosa es que reciba atención
en cuanto a recursos, pues se considera que estos aprendizajes sólo
necesitan un libro que hay que memorizar). Puede que estemos simplificando
la realidad, dado que no toda la realidad académica de las ciencias
sociales es así, pero no la estamos inventando ni distorsionando
excesivamente: cierto es que en los últimos años se ha introducido
más "práctica", por ejemplo en torno al aprendizaje de
contenidos procedimentales, pero esto no ha cambiado ni el peso
dominante de los contenidos conceptuales ni tampoco se han integrado
dentro de una concepción diferente del área, ni han servido para
que el alumnado perciba una mayor "utilidad" o tenga mucho
más interés. Y cierto es que la práctica no es homogénea, por supuesto,
pero aquí sólo nos interesa una descripción general de la realidad
de partida. Y esa realidad general está marcada por lo que F. Javier
Merchán llama una relación mercantil del alumnado con la
asignatura (en este caso, de la Historia en la educación secundaria):
"En líneas generales diré que
para los estudiantes la Historia es materia de escasa utilidad,
una asignatura más de las que hay que aprobar y que, si acaso, proporciona
cierta cultura, entendida como adorno y signo de distinción. La
relación de los alumnos con la disciplina es una relación mercantil:
se trata de apropiarse de las informaciones que pueden ser intercambiadas
por las notas. Este tipo de relación me parece fundamental para
entender posteriormente las interacciones entre alumnos, profesores
y conocimiento escolar"
(Merchán, 2001, p. 147)
Más allá de estas críticas basadas en la observación
de lo que suele suceder, numerosos autores y autoras han profundizado
en la denuncia de la propia concepción del área social en la enseñanza.
Isabel Mainer (Fedicaria-Aragón), para el caso de la Historia como
disciplina escolar, cuestiona, por ejemplo, el "nosotros"
que construye la historia enseñada, pues es un "nosotros"
asimétrico, en función de la cultura dominante y de una sociedad
desigual:
Se construye así la Historia como
seña de identidad, no sólo nacional sino de clase, género y etnia,
de la cultura dominante: pero va siendo evidente que ese sujeto
(“nosotros”) que hay detrás de la disciplina que se enseña tiene
edad, género, clase y etnia, identidades cimentadas en una distribución
asimétrica del poder. (...) ¿Qué ocurre con la diversidad (género,
clase, etnia...) en las aulas ante el “nosotros” que traduce la
disciplina? ¿Cómo se puede identificar (construirse su identidad)
un adolescente magrebí con la Historia de España que se programa,
una chica con la historia androcéntrica que perdura...?
(Mainer, I., 2000, p. 20)
Aunque no se deba deducir una idealización de
la ciencia social más habitual, que creemos que sería un error,
Isabel Mainer detalla cuáles son las diferencias entre ciencia histórica
y la Historia como disciplina escolar, en torno a la pérdida de
los problemas sociales de referencia, la proyección al futuro y
los proyectos de sociedades diferentes:
"[la ciencia histórica] busca
explicar cómo los humanos, las sociedades, resuelven (o re-crean)
en el tiempo los problemas sociales, con lo que se entiende mejor
que hay nexos entre diferentes corrientes de la ciencia histórica
y los diversos proyectos de sociedad (es decir, existen estrechas
relaciones entre teoría de las ciencias sociales y sociedad proyectada
al futuro). He aquí el interés formativo-emancipador de la historia
entendida como tarea colectiva de reconstruir una visión del pasado
que pueda utilizarse como fundamentación de un nuevo proyecto (para
el presente) de futuro. Sin embargo, la disciplina se ha construido
como un relato cronológico en el que: 1) no son significativos los
problemas sociales de referencia, sino una serie de sucesos –ordenados
cronológicamente- (...); 2) la proyección de futuro, que en ningún
caso se explicita, queda manifiestamente sometida a una evolución
del presente, donde el progreso, entendido como perfeccionamiento
derivado de una narración cronológica, hace superfluo (en realidad
resultaría contradictorio) plantearse alternativas... Casi vislumbramos
un determinismo que justifica el presente por el pasado."
(Mainer, I., 2000, p. 21)
Las disciplinas escolares, por este camino de
alejamiento de los problemas de referencia y de impregnación del
pensamiento dominante, ni siquiera responden a una concepción actual
de ella, y, además, se naturalizan, se presentan como la forma indiscutible
de abordar el conocimiento social:
"en realidad [las disciplinas
escolares] son construcciones sociales que tuvieron su origen con
relación a un contexto, a intereses y necesidades sociales y cuyas
variaciones –acomodaciones al momento- responden a la clase social,
grupo y género dominantes. [Por ello] (...) enseñar Historia y pensar
históricamente no presupone ni equivale a enseñar la disciplina.
En realidad, como iremos viendo, la disciplina histórica es un conocimiento
encapsulado en forma de una narración bastante unidireccional (con
el progreso como hilo conductor); profundamente androcéntrica, de
clase y etnocéntrica; y, en realidad, bastante desconectada cuando
no desfasada del desarrollo contemporáneo de la Ciencia Social"
(Mainer, I., 2000, p. 19)
Aún es más: Ernesto Gómez, después de
diferenciar entre "formación social explícita" (el currículum)
y la "formación social oculta" (valores, normas, reglas
sociales; presente en la escuela pero de forma no explícita, y no
sólo en la escuela), afirma que esta formación social no explícita
tiene una influencia determinante en el aprendizaje, en muchos casos
sirviendo como base desde la que se interpretan (o incluso diríamos,
se sustituyen) los aprendizajes explícitos sobre la realidad social:
"se ha comprobado que la mayoría
de las ideas y de los valores que constituyen una parte importante
de la socialización proceden de los conocimientos y representaciones
aportados por la instrucción social, especialmente, en los primeros
cursos escolares. Esto se ha justificado por la propia complejidad
del conocimiento histórico, geográfico y político-social seleccionado
para la instrucción; al proceder a simplificarlo para adaptarlo
a la capacidad del alumnado, muchos de los conocimientos seleccionados
pierden su auténtico significado adquiriendo otros que con el paso
del tiempo, se convierten en auténticos estereotipos y reflejos
de creencias que actúan como auténticos códigos culturales.
Además, en los últimos años se ha documentado ampliamente el peso
de la socialización en el proceso de instrucción social. (...) Delval
confirma que en el proceso de adquisición del conocimiento social,
los alumnos adquieren primero las normas y los valores, para después,
una vez que éstas están sólidamente implantadas, construir las nociones
que darán sentido a esas normas."
(Gómez Rodríguez, 1998, p. 43)
Coherentemente con lo expuesto, se deduce que debemos cuestionarnos
no sólo la forma de enseñar en el área de ciencias sociales, sino
el entramado que la constituye, de tal manera que superemos
el mero traslado de la ciencia social al aula, y más aún cuando
la ciencia de referencia que se utiliza para el llenar de contenido
la enseñanza debe superar el enciclopedismo y el positivismo que
le caracterizaron en un pasado. Superado ha de considerarse también
todo enfoque que presuponga que lo que establece el currículo es
lo realmente enseñado y aprendido.
En los años noventa, aunque el trabajo hubiera
comenzado antes, y aprovechando en muchos casos la promoción de
la elaboración de proyectos y materiales curriculares que realiza
el Ministerio de Educación para desarrollar la reforma educativa
del PSOE, diversos grupos realizan propuestas didácticas muy elaboradas
para el área de las ciencias sociales en la Educación Secundaria.
Algunos de ellos, además, lo hacen desde un planteamiento crítico,
tanto desde el punto de vista social como también respecto al planteamiento
psicopedagógico oficial (constructivismo). Dos de estos grupos,
Cronos, de Salamanca, y Asklepios, de Cantabria, integrados luego
en Fedicaria, elaboran lo que denominan una "plataforma
de pensamiento" común como base en la que asentar sus propuestas
desde una perspectiva crítica tanto de la educación como
de las Ciencias Sociales, de tal manera que proporcione "un
conjunto de ideas para captar la dimensión social y política de
los fenómenos educativos evitando las ilusiones pedagogistas y psicologistas
que han invadido el discurso dominante sobre la escuela y el aprendizaje
escolar" (Grupo Cronos, 1992). Un resumen de sus postulados
lo realiza el Grupo Cronos, y que, por su interés implícito y por
haberse constituido en elemento de referencia durante todos los
años noventa, reproducimos con cierto detalle:
"Los postulados básicos, a modo
de tesis centrales del proyecto, son
:
— El reconocimiento de la función reproductora de la escuela, en tanto
que aparato institucional subordinado a los intereses de las clases
dominantes, es condición imprescindible para comprender el marco
social en el que ha de desenvolverse cualquier proyecto de enseñanza
y para eludir o atemperar las frecuentes proclividades hacia el
activismo pedagogista.
—Frente a la imagen "plana" determinista —la escuela como
"caja negra" (Flecha)— de algunas teorías de la reproducción,
es preciso hacer hincapié en que la escuela, empero, es algo más
que un mero aparato duplicativo de la realidad social, ya que la
educación "funciona de forma simultánea reproduciendo y transformando
la sociedad" (Kemmis-Fitzclarence).
—La intervención racional, consciente y crítica sobre la realidad
educativa sólo es factible desde un "discurso de la posibilidad"
(Giroux), que ponga en cuestión simultáneamente dos tipos de reduccionismo:
el sociológico que convierte a la escuela en un espacio social sin
fisuras, y el psicopedagógico que atomiza lo social y colectivo
en sus componentes individuales.
—La enseñanza de las Ciencias Sociales debe supeditarse a la producción
de valores y actitudes sociales. El proyecto curricular, por tanto,
se subordina a la aproximación racionalista y crítica a la comprensión
de valores que se propugna.
—Las Ciencias Sociales no constituyen un catálogo de categorías, conceptos
y procedimientos académicos de validez universal, del que pueda
extraerse, en expresión de Popkewitz, una "visión consensual".
(...)
—Estos supuestos resultan siempre de una simbiosis entre postulados
científicos e ideológicos. La realidad social adquiere la condición
de problemática en función de los esquemas de identidad y del tipo
de pensamiento que pongamos en juego para su aprehensión. En nuestro
proyecto de enseñanza el interés emancipatorio se erige en dimensión
fundamental y constitutiva de los saberes sociales y de su enseñanza
(Carr, Rothe).
—En congruencia con lo anterior, el proyecto curricular de área debe
tener como eje el estudio de problemas sociales relevantes y no
de disciplinas académicamente constituidas, aunque éstas se conviertan
en valiosos instrumentos para comprender los problemas realmente
existentes.
—La organización del proyecto curricular en torno a problemas sociales
hace irrelevante el debate sobre el grado de independencia o integración
disciplinar. Los problemas son susceptibles de ser abordados desde
diversas disciplinas sociales, siendo su nivel de integración una
cuestión que ha de resolverse según criterios y situaciones profesionales.
—Los componentes psicopedagógicos de un proyecto curricular no pueden
ser tomados como suficiente justificación teórica del mismo. Considerar
que una determinada concepción sobre el aprendizaje escolar - léase
constructivismo— proporciona una solvente fundamentación teórica
supone confundir la parte con el todo y recaer, una vez más, en
posiciones psicologizantes. (...)
—El pensamiento formal o hipotético-deductivo puede ser tomado como
esquema de identidad del proceso de aprendizaje. La concepción del
conocimiento y del aprendizaje como una construcción conflictiva
no puede dejar de ser el núcleo de cualquier aproximación racionalista
a la explicación de la realidad, y debe llegar a ser, además, uno
de los principios que inspiran la elaboración de materiales didácticos.
—Las aportaciones psicopedagógicas no pasan de un cierto grado de
normatividad. Son complementarias de la plataforma de pensamiento
y deben ser siempre tamizadas por la práctica profesional. (...)"
(Grupo Cronos, 1992)
Podemos manifestar nuestro acuerdo general con muchas de estas
afirmaciones, si anotamos aquí también cuáles son, a nuestro modo
de ver, sus debilidades, máxime después de haber visto algunas de
las propuestas concretas producidas a partir de estos postulados.
Nuestra crítica puede sintetizarse en torno a cuatro aspectos principales:
o
En primer lugar, se da un salto entre la concepción
crítica de la educación y la práctica educativa en un área concreta,
como si toda la estructura (horaria, burocrática, parcelación de
la educación por áreas, etc.) en la que se inserta dicho área pudiese
ser olvidada y pasar directamente a la realización de propuestas
pedagógicas innovadoras.
o
En segundo lugar, su marcado racionalismo y su opción
hipotético-deductiva suponen una limitación educativa muy marcada,
tanto desde el punto de vista de a dónde se pretende llegar, como
desde el del punto de partida: en ese proceso, es previsible que
una parte significativa del alumnado se pierda, que además será
más fácilmente de procedencia popular, de aquellos sectores más
cercanos a las preocupaciones por la propia supervivencia, en sentido
material y/o psicológico.
o
En tercer lugar, parece llamativo que no se considera
que la población escolar está sufriendo en su propia piel, que el
alumnado se inserta en una trama de vivencias sociales propias,
desde su diversidad desigual.
o
Y, en cuarto lugar, resulta llamativo que no existan
referencias a la colectividad dentro de la cual ejerce su función
la escuela, y tampoco a los movimientos sociales como portadores
de sentido crítico.
También habría que matizar las ideas de Antonio Martín, para quien
el modelo crítico de enseñanza-aprendizaje "resulta de integrar
los diversos aspectos. A saber, de la integración entre la lógica
crítica del conocimiento que pretende promover el profesor, la lógica
pre-crítica con la que supuestamente aprenden los alumnos y el contexto
a-crítico en el que entran en interacción" (Martín, 2001, p.
211). ¿Sólo es crítico lo que ofrece el profesorado? ¿No hay elementos
críticos en la propia sociedad –como los movimientos sociales, aunque
sean minoritarios- o en la propia vida del alumnado?
Quizá conscientes de las limitaciones del enfoque anterior, y una
vez publicados los materiales curriculares elaborados, desde el
mismo ámbito surgen propuestas que pretenden ir más allá. Raimundo
Cuesta, uno de los integrantes iniciales del Grupo Cronos y de Fedicaria,
afirma que es necesario "repensar la escuela en su totalidad
como lugar de socialización e imaginar nuevos tiempos y nuevos espacios,
remozadas prácticas profesionales y una muy distinta participación
de todos los agentes educativos en su propia formación" (Cuesta
1999, p. 80).
A nuestro entender, parece no tener en cuenta,
al menos explícitamente, la desigualdad de partida (social, cultural
y educativa) y la diversidad cultural y personal del alumnado. Por
otro lado, en bastantes ocasiones se puede criticar que estos postulados
se mueven en un plano excesivamente abstracto, sin que se llegue
a intuir siquiera cuáles son las vías de actuación (o pudiendo ser
muy contradictorias entre sí las que partan de los mismos postulados).
En todo caso, es de aplaudir el hecho de salir de la disciplina,
el cuestionar globalmente la relación y la actividad educativa,
así como enfocar algunos retos sugestivos.
Iremos revisando los cinco postulados, que,
a modo de tesis, propone para esta "didáctica de la crítica",
añadiendo en algunos casos textos de otras personas de Fedicaria.
q
"Problematizar el presente"
La problematización del presente implica "una negación de
las ideas dominantes y las evidencias del sentido común sobre el
mundo social realmente existente, o lo que es lo mismo, un "rechazo
de la representación oficial de la realidad" (Giroux)".
(Cuesta 1999, p. 81). Así, según Cuesta, partir de problemas
sociales relevantes, es necesario (casi obligado) para erosionar
las disciplinas como "formas de conocimiento" reificadas,
pero no es suficiente.
q
"Pensar históricamente"
Raimundo cuesta afirma seguir la mejor estela
crítica de Marx, pero también a Foucault y Nietzsche, a afirmar
que "por tanto, "pensar históricamente" equivale
a rehacer la genealogía de los problemas del presente", aunque
ello no significa "constreñir la mirada histórica al pasado
más inmediato o cercano: el tipo de problema prefigura la clase
de duración histórica más apropiada que ha de ser ejercitada en
cada circunstancia" (Cuesta 1999, p. 84).
Al situarse a cierta distancia del presente, se trata de
mirar hacia la historia y hacia el futuro, para ver la posibilidad
de otros tipos de sociedad, enfatizando los procesos de cambio:
"como bien comprendía Vygotski,
a la hora de construir una psicología históricamente fundada, lo
determinante no era tanto la exhumación de sucesos del pasado como
comprensión de sus transformaciones, porque "estudiar algo
desde el punto de vista histórico significa estudiarlo en su proceso
de cambio". La dimensión cambiante del devenir social es, por
definición, la negación de cualquier esencialismo o reificación
del presente" (...) Ello requiere relativizar el pasado al
punto de "estudiar la historia para librarnos de ella"
(Mills). "
(Cuesta, 1999, p. 84)
q
"Educar el deseo"
Más original, aunque también de traducción menos clara, resulta
este tercer postulado. Especialmente interesante resulta la inteligente
ligazón que establece entre la subjetividad y la trama socioestructural
en que se inserta:
"La necesidad y el deseo componen
las dos caras desde las que asentar una didáctica de la crítica
porque los sujetos de la relación pedagógica encarnan las relaciones
sociales y las individualizan como vivencias y sentimientos particulares.
(...) Toda educación que se reclame crítica interpela a la ideología
dominante y, por ende, se ve obligada a una ardua y compleja tarea
de confrontación con el abanico de necesidades y deseos de los protagonistas
de los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Sobre este abanico de necesidades y deseos se levantan los procesos
de dominación, que se hacen tanto más duraderos cuanto más enraizados
se hallan en lo que Raymond Williams llamaría "la estructura
de los sentimientos" (...) Todo proceso educativo involucra
dimensiones conscientes e inconscientes de la conducta humana. Una
didáctica de la crítica no puede olvidar que las necesidades y deseos
se construyen sobre fundamentos a menudo inconscientes"
(Cuesta, 1999, p. 85)
Así, en una didáctica dirigida a la autodeterminación
de los sujetos, es necesario cuestionar las necesidades y deseos
particulares y educando en valores alternativos a los hegemónicos:
"la problematización del presente
adquiere la cualidad, en cierto modo, de una problematización de
las necesidades y deseos que configuran al sujeto y soportan la
ideología dominante (...). En fin, como ya mencioné, se trata de
`enseñarle al deseo a desear, a desear mejor, a desear más, y, sobre
todo, a desear de un modo diferente´ (...) De ahí que la educación
en valores alternativos ha de tener una función descollante y duradera
en la didáctica de las ciencias sociales y en general en la pedagogía
radical."
(Cuesta, 1999, p. 86)
Nos convence menos, en cambio, que la propuesta
de salida parezca retornar demasiado al conocimiento desencarnado
como clave crítica (dejando además al margen las dificultades prácticas
de la propuesta) cuando dice:
"Ciertamente, es misión de la
razón dialéctica y crítica indagar la naturaleza histórica del deseo
y educar para la autonomía, y por ello descubrir las claves sociales
de la existencia subjetiva y del propio pensamiento averiguando
las motivaciones sociales del pensamiento y la acción individuales,
captando, en suma, la esencialidad sociohistórica de la subjetividad."
(Cuesta, 1999, p. 87)
Julio Mateos, también integrado en Fedicaria,
parece sostener una difícil posición entre la crítica de la psicologización
de la enseñanza y la necesidad de la educación del deseo. Hace una
coherente apuesta por situar socialmente la subjetividad, de tal
manera que se evite la denostada individualización psicológica,
pero de nuevo la estrategia básica parece descansar demasiado en
el conocimiento consciente-racional. No se nos entienda mal, no
tenemos nada contra el conocimiento racional, pero no creemos que
pueda ser el único pilar sobre el que edificar otra socialización
(véanse, por ejemplo, las aportaciones de la psicología histórico-cultural,
por no hablar de las experiencias prácticas de educación de adolescentes).
En todo caso, recojamos lo que escribe el autor:
"Sin una educación del deseo
no hay conocimiento liberador, pues no vale con cambiar los "contenidos"
sin una transformación a través de a comunicación didáctica que
libere para desear otros horizontes (horizontes que están constreñidos
por los deseos que socialmente se inducen desde la hegemonía cultural).
Existe, como dice Raymond Williams, una estructura del sentir
con la que los individuos se relacionan, conocen, perciben la realidad;
están tales estructuras en la relación social y no pueden ser olvidadas
por la didáctica crítica. Lo que procede es conocer los mecanismos
de su adquisición, cómo los individuos la adquieren e interiorizan
y la convierten en pautas de conducta muy permanentes.
Por su parte, Jesús López Santamaría [de Fedicaria] (...) vincula
los deseos a las necesidades, siendo éstas conscientes y aquellos
inconscientes. En su teorización, la necesidad se sitúa en el centro
y es relacionada incluso con otros postulados como el de problematizar
el presente y pensar históricamente. Se trata de hacer conscientes
los deseos, de que las necesidades radicales sean socialmente admitidas
para evitar que los deseos individuales sean objeto de una explotación
intensiva como motor del neoliberalismo"
(Mateos, 2001, p. 71)
q
"Aprender dialogando".
Raimundo Cuesta comienza criticando por idealista el mito del diálogo
platónico y socrático, porque no sólo hay que tener en cuenta que
"las relaciones en el aula son asimétricas, sino que allí acontecen
procesos sociales de producción de seres humanos y no de "extracción"
de naturalezas vírgenes" (Cuesta, 1999, p. 88). El aprender
dialogando que se propone es cosa distinta, puesto que la verdad
no está preestablecida "no está en los maestros ni en nosotros
mismos. Se halla, siguiendo la huella habermasiana, en el mismo
proceso de construcción de los significados culturales que acontece
como interacción comunicativa entre sujetos" (Cuesta, 1999,
p. 88). Así, en el contexto escolar se trata de hablar buscando
una actitud mental y unas condiciones materiales que rompan las
barreras que se oponen al diálogo, aunque reconoce que se está en
un nivel muy abstracto y general, y que el contexto escolar no siempre
permitirá que se imponga "la fuerza del mejor argumento"
que propone Habermas.
Julio Mateos, por su parte, propone "practicar formas dialógicas
de intercomunicación y formación", en un sentido habermasiano,
aunque partiendo de las dificultades reales que supone el que las
relaciones comunicativas sean siempre relaciones de poder (lo cual
pensamos que es cierto en un contexto escolar institucional, aunque
no sea toda la verdad):
"Me atrevo a sugerir cierta
hipótesis que, ciertamente, se mueve entre ideas contradictorias.
Las relaciones de poder en la actividad dialógica pueden ser productivas
y elementos de emancipación cuando se dan determinadas condiciones
(parcialmente coincidentes con las condiciones habermasianas): negando
la racionalidad instrumental que se asienta en el dominio de los
expertos como categoría burocrática; compartiendo unos mismos intereses
generales de emancipación entre la comunidad dialogante; evitando
el paternalismo de suplir la reflexión de unos mediante el magisterio
de otros, y con la autoexigencia del que aprende a un esforzado
trabajo guiado por el compromiso de participar y el deseo de saber"
(Mateos, 2001, pp. 75-76)
Más que considerar potencialmente positivas las relaciones de poder,
parece que sus propias condiciones limitan ese ejercicio del poder
e incluso lo cuestionan, aunque ello no lleve a la dejación de responsabilidades,
en nuestro caso, de quienes tienen como labor profesional educar.
Otros y otras autores, fuera del campo de las ciencias sociales,
con Freire como principal referente, parecen mucho mejor situados/as
de cara a entender el proceso de diálogo educativo (Freire, Flecha,
Giroux, Criticos, etc.). Dentro del ámbito de Fedicaria nos gusta
más la forma de acercarse a lo dialógico de Isabel Mainer, que enfatiza
la necesidad de usar un lenguaje diferente, menos "seguro",
que el que propicia la pretendida "objetividad científica",
como condición necesaria para que el diálogo sea posible en las
aulas:
"es evidente que los problemas
sociales como instrumento de conocimiento social propician otro
lenguaje. Podríamos definirlo como un lenguaje “más inseguro”
que carece de tanta certeza como da “la objetividad científica”
de que hacen gala los manuales (de las disciplinas); propicia un
lenguaje que se acomoda a vivir con las dudas y los problemas...,
y ofrece así mayores posibilidades de plantearse y utilizar el diálogo
y el consenso. Pero todo lo anterior exige que los adolescentes
(chicos y chicas) sean conscientes de cuáles son sus problemas,
y eso supone que tengan voz: sólo así habrá diálogo."
(Mainer, I., 2000, pp. 23-24)
q
"Impugnar los códigos pedagógicos y profesionales"
Poco comentario necesita este postulado, tras lo que se ha venido
diciendo. Poco margen de actuación queda si no alteramos las asunciones
de una disciplina y de un modo de enseñar que no ha sido capaz hasta
ahora de producir sustancialmente conocimiento relevante ni crítico
en el alumnado. Para ello, hay que empezar por ser conscientes de
que "las disciplinas escolares construyen su código disciplinar,
es decir, sus ideas, discursos y prácticas dominantes en el marco
institucional, como una tradición social duradera" (Cuesta,
1999, p. 90).
Hemos ido señalando cómo la desigualdad social
suele considerarse un problema a abordar desde la didáctica crítica
de las ciencias sociales, pero no un aspecto a considerar desde
el núcleo central de la propuesta educativa que se realiza. Igualmente,
la diversidad cultural puede plantearse como un reto a tratar también
como contenido educativo, pero no aparece como objeto de reflexión
de la propia didáctica (la diversidad personal no suele aparecer
ni como contenido ni como característica relevante del alumnado).
En algún caso, se hacen referencias al nivel
socioeconómico, pero sin cuestionar los presupuestos de fondo:
"[en la educación secundaria]
la disposición hacia el conocimiento histórico escolar es más favorable
entre alumnos de nivel medio-alto que entre los de nivel medio-bajo,
de donde infiero que las interacciones en clase serán distintas
también. (...) [esto repercute] en la actuación del profesor, en
las prácticas pedagógicas y, finalmente, en las características
del conocimiento que unos y otros adquieren"
(Merchán, 2001, p. 147)
F. Javier Merchán afirma,
así, que las datos cualitativos y cuantitativos indican que en los
cursos inferiores y en los grupos de clase social inferior es más
probable que el profesor se centre en el control sobre la transmisión
de información, siendo al contrario en los cursos superiores y en
los grupos de nivel social superior (Merchán, 2001). No hay que
dudar de que esto resulta una constatación de un hecho, por lo demás
seguramente repetible en otros lugares y situaciones similares,
pero parece olvidar la necesidad de analizar cuál es precisamente
ese contexto, esa cultura escolar, esa dinámica de centro y de aula,
y esa cualidad del conocimiento disciplinar que pueden explicar
que esa realidad sea tal cual es: cuestionemos la cultura educativa
y el contexto concreto para poder vislumbrar otras conclusiones.
En caso contrario, podemos caer en la reafirmación de la estructura
anti-igualitaria del sistema escolar, mediante la "comprobación"
del diferente comportamiento y expectativas en función del origen
socioeconómico (dejamos para oto momento las simplificaciones abusivas
que se realizan en torno al llamado "bajo nivel sociocultural").
En demasiadas ocasiones
(no decimos que sea así en este caso), profesores/as que explican
críticamente la desigualdad social quieren aulas en las que se pueda
explicar con comodidad, aunque ello signifique la exclusión de los
sectores populares, por no hablar de los más marginados.
Dentro de Fedicaria encontramos, sin embargo, ciertas aportaciones que tienen
en cuenta este punto de vista. Es el caso de Isabel Mainer y Pilar
Cancer, que insisten en la necesidad de tener en cuenta las muy
diferentes experiencias y culturas de los sectores desfavorecidos
respecto a lo que ofrece el conocimiento escolar estandarizado:
"¿Debemos insistir en que hay
diferencias de experiencias, de lenguajes, de "cultura"
entre nosotros y nosotras y que para los desfavorecidos no tienen
sentido unos contenidos, totalmente, desvitalizados? ¿acaso pueden
ofrecerles a estos grupos alguna oportunidad para entender mejor
los problemas que viven, para tratar de cambiar y solucionarlos?
Ya que, no olvidemos que todos y todas (adultos y adolescentes)
vivimos y nos enfrentamos a similares problemas sociales, bien es
cierto que mediatizados por nuestra distinta situación, contexto,
perspectiva y enfoque (...)
¿Entendemos que sería necesario conjugar saberes populares que les
reafirmen –pero sin magnificarlos hasta el punto de favorecer la
guetización- con el acceso a conocimientos académicos que les permitan
prosperar?"
(Mainer y Cancer, 2001, pp. 93-94)
Sería así necesario propiciar el análisis de los problemas y conflictos
sociales desde la perspectiva de vista del grupo oprimido (mujeres,
clases subalternas, inmigrantes, etc.), no sólo por razones de mayor
altura moral, sino porque el conocimiento es así más complejo, tal
como defiende Isabel Mainer, porque así se reconoce la existencia
de visiones contrapuestas, porque el grupo oprimido es coprotagonista
y no sólo víctima y, finalmente, porque este grupo, al estar en
una posición subalterna, tiene que estar atento tanto a su propia
visión como a la del grupo dominante (Mainer, I., 2000).
Como se ha propuesto desde el feminismo (y su validez, también
en este caso, no se limita a al tema del género) se necesita integrar
lo público y lo privado, la reflexión y la práctica, creando "contraespacios
públicos" (Fraser) "donde se puedan desafiar unos presupuestos
falsamente universalistas que acompañan al concepto de espacio público,
surgido en la modernidad y, en realidad, generado desde las exclusiones;
y, así, confrontar unos estilos expresivos, que son excluyentes
por razón de género, clase, etnia, otros que hacen de la pluralidad
su bandera." (Mainer y Cancer, 2001, p.
88).
No podemos separar estrictamente los "objetivos"
de las consideraciones generales que hemos ido exponiendo ni, en
realidad, de los "contenidos", "métodos", etc.
Sin embargo, en aras de la claridad expositiva, recurriremos a esta
distinción clásica y de cierta utilidad, si tenemos en cuenta las
prevenciones expresadas. Y aún otra más: no consideramos que los
objetivos más relevantes en una perspectiva crítica puedan conseguirse
desde un único área de conocimiento, y ni siquiera es teóricamente
consecuente pensarlos de esta manera. Pero aquí nos estamos centrando
en las reflexiones realizadas desde la didáctica crítica de las
ciencias sociales, y en este ámbito se han realizado algunas reflexiones
que conviene recoger.
José María Rozada defiende como objetivo general elevar el pensamiento
vulgar o de sentido común:
"El eje central de mis intenciones
al plantearme la enseñanza de las ciencias sociales, es el propósito
de elevar el pensamiento vulgar o de sentido común con el que la
mayoría de los individuos analizan el contexto social y primordialmente
sociopolítico en el que se desenvuelven y el que guían su comportamiento.
(...) Intento modificar los esquemas de pensamiento de modo que
al menos se debiliten los efectos de la ideología dominante en el
comportamiento de los dominados por ella, favoreciendo el desarrollo
de conductas más racionales en tanto que más acordes con sus intereses
objetivos"
(Rozada, 1997, p. 210)
¿Cómo valorar este objetivo? En principio, podemos estar de acuerdo
en que la enseñanza crítica debe ayudar a ser conscientes del contexto
sociopolítico y analizarlo superando el pensamiento hegemónico:
es necesario encontrar claves ocultas, acentuar o desacentuar en
direcciones contrarias a los intereses dominantes, pensar con nuevos
parámetros, señalar las injusticias... Sin embargo, es necesario
realizar algunas matizaciones. La primera de ellas tiene que ver
con la duda de si el eje central de la enseñanza-aprendizaje de
las ciencias sociales puede reducirse al desarrollo de la racionalidad
crítica, cuando esta no puede darse plenamente sin una socialización
también crítica (valores, acciones, experiencias, etc.). La segunda
se refiere a la falta de una concepción dialógica de la educación:
¿sólo es el profesorado el que tiene claves críticas, mientras
el alumnado sólo tiene experiencias alienadoras? ¿no viven los
chicos y chicas injusticias y no participan en resistencias?.
Rozada también aborda otra cuestión que podemos considerar más
técnica: frente a quienes desean secuenciar todo el aprendizaje
con listas y desarrollos completos de objetivos (y contenidos),
de diferentes niveles de concreción, este autor propone considerar
los objetivos sólo en dos niveles: uno muy general que se pueda
tener en la cabeza permanentemente y otro que corresponde a la unidad
didáctica concreta:
"Cada vez que un profesor prepara
sus clases, lo que tendría que hacer es activar en su mente esa
finalidad general y pensar lo que puede hacer con el contenido y
las circunstancias concretas de la clase que está planificando,
para responder a dicha finalidad o "ideal de formación"
del área"
(Rozada, 1997, p. 205)
También dentro de un enfoque que podemos calificar como racionalista
crítico, Antonio Martín habla sin embargo de que el resultado del
aprendizaje debe incluir también el extraer conclusiones de cara
a la propia acción: "El ciudadano o ciudadana crítica que aspiramos
a formar, no sólo es alguien capaz de llamar problemas a cierta
clase de situaciones y de decir algo relevante sobre su naturaleza,
sino también de `sacar conclusiones de cara a sus propias acciones´”
(Martín, 1992, p. 73). ¿Cuáles son esas conclusiones, y cómo se
relaciona con el estudio social concreto?. Se trataría de que, a
partir de cada asunto social concreto, el alumnado reconstruya la
idea que tiene del mundo y de cómo se actúa en él:
"Que sea cual sea el asunto
particular que estemos estudiando, el tratamiento específico
que merezca y las conclusiones extraíbles al respecto, los alumnos
y alumnas deben aprender, al hilo suyo, ideas generales sobre cómo
funciona el mundo en el que viven y cómo afecta y es afectado por
las acciones y relaciones humanas. Entendido en términos modestos,
se trata de utilizar el estudio de casos particulares para que el
alumnado vaya (re)construyendo su propia teoría social."
(Martín, 1992, p. 73)
De nuevo recurrimos a Isabel Mainer y Pilar
Cancer para abrir una perspectiva que incluye desde el principio
la desigualdad-diversidad y que toma como objetivo el empoderamiento
de los grupos desfavorecidos y el cuestionamiento del saber tal
como es utilizado como fuente de poder desigual:
"Porque nuestra propuesta de
trabajo es cómo, a través de la educación, se puede contribuir a
que los grupos desfavorecidos de la sociedad recuperen un espacio
que en justicia les corresponde; ya que no se puede olvidar que
la estratificación y jerarquización (por sexo, etnia, clase) en
nuestra sociedad se asienta no sólo en factores de producción, sino
también de cultura y educación. El saber es poder, pero no cualquier
saber se reconoce socialmente como fuente de poder y, así, las construcciones
culturales elaboradas por la escuela lo están desde y para un grupo,
una clase, un género o una etnia dominante"
(Mainer y Cancer, 2001, p. 87)
Creemos que de esta manera, el objetivo central
de la educación crítica supera el nivel de un "conocimiento
crítico" que no tiene en cuenta la realidad desigual en la
que se opera y que trata al mundo como algo exterior a estudiar,
"expulsando" de la experiencia de aprendizaje crítico
la del alumnado, mayoritariamente perteneciente a los grupos no
dominantes.
Además de tener en cuenta parecidas matizaciones
que hemos introducido para el caso de los objetivos, en el caso
de los contenidos nos encontramos con otra dificultad: no nos termina
de convencer la división que estableció la reforma española de los
años noventa en "conceptuales", "procedimentales"
y "actitudinales" (por ejemplo, estos últimos tienen una
dimensión completamente diferentes), aunque nos convence aún menos
la mera reducción de los contenidos a su dimensión conceptual, como
hizo la contrarreforma posterior. Dejaremos como duda, en todo caso,
si los contenidos son "con lo que trabajamos" o "lo
que hay que aprender", y como reflexión la necesidad de diferenciar
entre "contenido planificado" y "contenido en acción",
que no tiene por qué ser una mera reducción del primero, sino que
se modifica cualitativamente y también tiene añadidos fruto del
contexto y de la forma de realización (el método, el grupo clase...).
El Proyecto IRES, aunque trasciende el ámbito de las ciencias sociales,
ha realizado numerosas reflexiones y concreciones dentro de esta
área dentro de su concepción general de "conocimiento escolar"
como alternativa diferente al conocimiento científico
y al cotidiano, que tendría un carácter general, organizado y procesual:
"se puede postular, como alternativa
más compleja y, al mismo tiempo, crítica, la "construcción,
en el contexto escolar, de categorías generales, utilizables en
diferentes dominios, que permitan un aproximación más adecuada a
los problemas de la vida cotidiana" (García Díaz). Ello implicaría
el enriquecimiento y complejización del pensamiento de los alumnos,
su maduración hacia formas autónomas y críticas de pensamiento,
en un intento (...) de incardinación dialéctica de los procesos
de reflexión crítica del pensamiento humano (Habermas). (...) Las
disciplinas, por tanto, no habrían de ser "la" meta referencial
para el construcción del conocimiento (...): por el contrario, la
meta fundamental sería la construcción gradual en el contexto escolar
de un tipo de conocimiento "general", susceptible de ser
aplicado a distintos contextos, conocimiento que, a su vez, orientaría
y daría un nuevo sentido a todos los otros conocimientos, más "contextuales",
manejados por los alumnos."
(García Pérez, 2001,
p. 128-129)
"podemos destacar dos características
básicas del conocimiento escolar (que tienen importantes implicaciones
curriculares): el conocimiento escolar puede ser considerado "como
un conocimiento organizado y jerarquizado, como un sistema de ideas
(dimensión estructural)"; asimismo, este conocimiento tiene
un "carácter procesual y relativo (dimensión dinámica)"
(García Díaz)"
(Merchán y García Pérez, 1994,
p. 60)
La propuesta para el Área de Ciencias Sociales
en la Educación Secundaria Obligatoria se concreta en cuatro aproximaciones
sucesivas a la realidad social, correspondiendo con los cuatro cursos
escolares; se consideran cuestiones fundamentales:
o
en 1º de la ESO ("Vivir en
sociedad), "las relaciones del individuo con la sociedad"
(con unidades como "No vivimos solos, nos relacionamos",
""Productores y consumidores", etc.);
o
en 2º (Sociedad Medio"),
"las relaciones de las comunidades humanas con el medio"
(con unidades como "La obtención de alimentos", "Pueblos
y ciudades", etc.);
o
en 3º ("Sociedades distintas
y procesos singulares"), la "profundización en problemáticas
relativas a diversos modelos de sociedades, tanto actuales como
del pasado", atendiendo a "procesos singulares y paradigmáticos";
o
en 4º ("Comprender nuestro
mundo para participar en la construcción del futuro"), una
"selección de problemas relevantes del mundo actual".
(Merchán y García Pérez, 1994, p. 65).
No estamos en disposición de discutir toda la
elaboración teórica que hay detrás de la idea de "conocimiento
escolar". Sin embargo, sí que podemos afirmar que la idea de
conocimiento escolar, tal como es planteada, puede suponer un paso
para superar la tendencia a la mímesis respecto al conocimiento
científico de las ciencias sociales (mímesis aparente, pues se trastoca
al llevarlo al aula) y para integrar las diferentes aportaciones
disciplinares. Sin embargo, al no cuestionar más profundamente el
conocimiento académico, la propuesta no llega hasta donde deseamos.
Por otro lado, la concreción en cursos y unidades, es una más entre
otras posibles, que avanza respecto al enciclopedismo e intenta
hacer más relevante el aprendizaje, pero seguramente se queda muy
a medio camino entre las intenciones críticas e investigadoras,
por un lado, y la excesiva complacencia con el contexto y dinámica
escolar habitual. Curiosamente, un texto más reciente de uno de
los autores del grupo IRES que hemos venido citando, F. Javier Merchán
refuerza algo de lo que estamos diciendo (cómo las condiciones transforman
el mismo contenido de la enseñanza-aprendizaje):
"Quizás hemos dado por supuesto
que una vez determinado qué es lo que deberían aprender los alumnos
y cuál es el conocimiento relevante, era suficiente con llevarlo
a clase, sin advertir que el contexto escolar impone unas condiciones
que a veces lo hacen inviable o lo reelaboran en sentido muy distinto
al de nuestras intenciones"
(Merchán, 2001, p. 144)
El Grupo Cronos opta claramente por los "problemas
sociales relevantes" como núcleos básicos del contenido de
las ciencias sociales en la ESO, por encima, aunque no despreciando,
la estructura lógica o académica de las disciplinas. Utiliza además
la idea de "tareas" y "nociones sociales básicas",
que, al entrecruzarse, dan lugar a una "retícula organizadora
de los contenidos":
"los organizadores de contenidos
son los instrumentos que nos permiten estructurar lo esencial
de los contenidos escolares de acuerdo con nuestra plataforma de
pensamiento. En nuestro caso, poseen un doble valor: analítico y
didáctico. En efecto, la totalidad de los contenidos del área queda
estructurada en torno a las tareas (o facetas) y nociones
esenciales básicas. Las tareas sociales básicas (trabajar,
habitar, comunicarse, tener normas y producir ideas) son un
medio para el análisis de la realidad social, ya que en ellas se
contemplan las dimensiones fundamentales de la producción y reproducción
de la vida social; constituyen, en cierta manera, las instancias
o niveles (económico, social, político-ideológico) en que puede
parcelarse, a efectos analíticos, cualquier totalidad social expresiva;
pero, al mismo tiempo, contienen una aproximación didáctica a los
contenidos escolares en la medida en que ponen de manifiesto los
ámbitos donde se desenvuelve la experiencia cotidiana de los agentes
sociales.
De otro lado, las nociones sociales
básicas (`desigualdad, conflicto-cambio, diversidad-identidad, interdependencia)
son algunos de los conceptos clave tomados de las Ciencias Sociales
en consonancia con nuestra perspectiva teórica; en relación con
las tareas básicas, las nociones intervienen "modulando"
y orientando el tipo de contenidos-problema que se derivan de la
formulación de aquéllas. De este modo, el cruce de facetas y nociones
sociales básicas produce, en un primer nivel de formulación, la
gama de problemas sociales y postulados temáticos que rigen los
contenidos fundamentales de área (...). La representación gráfica
del "encuentro" entre tareas y nociones sociales básicas
adquiere la forma de retícula organizadora de los contenidos."
(Grupo Cronos, 1992)
Del Grupos Cronos y algunos miembros de Asklepios
es una propuesta de secuencia de contenidos de Área de Ciencias
Sociales para la ESO (Cuesta, R. y otros, 1993). Son de valorar
las aportaciones tanto de las nociones sociales básicas que orientan
las contenidos y las facetas que contemplan las dimensiones básicas
de la producción y la reproducción de la vida social y, a la vez,
los ámbitos de la vida cotidiana. Sin embargo, el desarrollo que
se sigue resulta excesivamente cognitivista y orientado a los contenidos
conceptuales, de tal manera que sólo como intención final queda
la intervención, la relación con la propia vida y experiencia del
alumnado, e incluso su participación.
También sin entrar en cuestionar el mismo concepto
de contenidos escolares, desde otras instancias se han realizado
intentos de dotar de una mayor coherencia, relación y sentido crítico
al conocimiento escolar en el área de ciencias sociales, frente
a la mera suma enciclopédica de saberes conceptuales. Es el caso
del monográfico de la revista número 21 de IBER. Pilar Benejam,
en el artículo introductorio, propone siete conceptos clave transdisciplinares
(Benejam, 1999):
1. Identidad
y alteridad (Compartimos el mundo con los demás).
2. Racionalidad-irracionalidad.
(Vivimos en un mundo en el que los hechos y los problemas suelen
tener unas causas y unas consecuencias).
3. Continuidad
y cambio.
4. Diferenciación:
diversidad y desigualdad.
5. Conflicto.
6. Interrelación.
7. Organización
social.
Aunque de diferente tipo unos y otros, nos parece
que varios de ello son, más que conceptos, ejes de tensión o reto
social que tiene relevancia para articular un programa integrador
de las diferentes disciplinas de las ciencias sociales. Podría añadirse
a esta lista el de "poder" que proponen otras autoras
en el mismo monográfico (Albacete y otras, 1999).
Hemos de dedicar un apartado especial a José María Rozada porque,
sin haber realizado una propuesta concreta de organización de contenidos
(y él mismo explica por qué), ha escrito ampliamente sobre las características
y modos de abordaje de los contenidos de aprendizaje en ciencias
sociales en las etapas primaria y secundaria. Rozada sitúa los contenidos
"entre las disciplinas académicas y la vida de los alumnos"
(Rozada, 1997, p. 219). En síntesis, expresa que:
"1º Necesitamos conceptos científicos
y estructuras para desarrollar los naturales y espontáneos.
2º Tenemos que garantizar procesos de contextualización y descontextualización.
3º Atendiendo al conocimiento ordinario, son contenidos relevantes
aquellos que se refieren a los campos en los que el pensamiento
ordinario sufre las mayores distorsiones.
4º Atendiendo al conocimiento académico, los contenidos que resultan
relevantes son aquellos que proceden de paradigmas científicos basados
en una filosofía dialéctica y crítica."
(Rozada, 1997, p. 246)
En relación con el primer punto de esta síntesis,
Rozada apela al conocimiento científico como medio de elevar el
nivel de pensamiento espontáneo; afirma basarse en Vygotski al,
"abogar por la utilización,
ya en las enseñanzas infantil y primaria, de conceptos científicos
y su correspondiente trabazón o estructura, toda vez que si lo que
explica las peculiaridades del pensamiento infantil no es tanto
el sincretismo, como esa falta de distancia con la experiencia inmediata
y su consiguiente ausencia de una conciencia y estructuración del
pensamiento, la enseñanza que verdaderamente puede contribuir al
desarrollo, sin sentarse o entretenerse mientras se le espera, será
aquella que se basa en el manejo de conceptos científicos debidamente
sistematizados"
(Rozada, 1997, p. 243)
Desde nuestro punto de vista, esta lectura de Vygotski no es la
única, ni mucho menos: puede resaltarse más la necesidad de la actividad,
del aprendizaje en contextos enriquecidos cognitiva y afectivamente,
de la interacción con personas expertas... sin recurrir de forma
tan central a las disciplinas científicas como herramientas de elevación
del pensamiento: por ejemplo, ¿dónde entran los movimiento sociales
y su cuestionamiento ideológico y práctico del orden existente?.
Por supuesto que las disciplinas pueden ser fuente de enriquecimiento,
pero no de forma exclusiva, y teniendo en cuenta que el mero "contacto"
con conceptos elaborados no garantiza, en absoluto, el enriquecimiento
del aprendizaje.
Desarrollando el tercer punto de la síntesis que hemos situado
al principio, aclara que los contenidos que habrá que abordar en
la formación escolar no vienen dados por los problemas sociales
en sí, sino por la necesidad de corregir el pensamiento erróneo
sobre la realidad social, dado que la escuela actúa sobre el pensamiento:
"La escuela no actúa sobre la
realidad material, sino sobre el pensamiento que ésta genera, y
ese pensamiento suele estar distorsionado, suele tener la forma
de ideología, de falsa conciencia. Diríamos, por ejemplo, que el
paro, con ser un problema social relevante, no es algo que la escuela
pueda abordar directamente (...). El paro tendrá cabida en el campo
de la formación escolar en la medida que advirtamos existe una percepción
errónea, desinformada, ideológica, de dicho fenómeno"
(Rozada, 1997, p. 245)
En este aspecto, habría que aclarar si nos conformamos con una
escuela separada de la vida social y con unos contenidos que sólo
la abordan externamente o no. Si la respuesta es sí, tiene sentido
la reflexión de Rozada. Si la respuesta es la contraria, entonces
habría que entrar en matices, pues las percepciones no pueden desligarse
de las vivencias y de las acciones: no existe conciencia ni pensamiento
desencarnado (o, en todo caso, no sería transformador).
Por otro lado, rechaza la realización de
una secuencia previa de contenidos a enseñar, en coherencia con
su enfoque dialéctico, con la contextualización necesaria y con
la visión activo-constructiva del profesor/a:
"Bajo una concepción dialéctica
del conocimiento social y de la enseñanza escolar, no pueden establecerse,
ni procede intentarlo, los contenidos concretos que deben ser enseñados,
sino que éstos deben plantearse por el profesor como una reconstrucción
ad hoc de conocimientos sociales elaborados bajo perspectivas
dialécticas, a través de los cuales se intenten conectar con la
conciencia ordinaria y la praxis de unos alumnos determinados"
(Rozada, 1999, p. 55)
De manera original en su ámbito de relaciones
(Fedicaria...) y frente a otras posiciones, Rozada critica
el que los "problemas sociales relevantes" hayan de ser
necesariamente los organizadores del contenido:
"El abandono de las disciplinas
para organizar los contenidos en torno a una serie de "problemas
sociales relevantes" no me parece imprescindible para un enfoque
crítico de la enseñanza de las ciencias sociales por dos razones
principalmente:
a) Porque siguiendo el "hilo" de una disciplina, un profesor
que se lo proponga puede abordar de manera recurrente los problemas
relevantes de su tiempo y su contexto.
b) Porque los problemas sociales relevantes convertidos en contenido
escolar no garantizan por sí mismos el sentido que requiere un buen
aprendizaje, pudiendo resultar ser tan académicamente alejados,
y por lo tanto con escaso sentido para los alumnos, como las disciplinas
a las que son alternativa."
(Rozada, 1999, p. 57)
Estando de acuerdo con la segunda razón, no parece sin embargo
que la garantía de realizar aprendizajes relevantes sea mayor partiendo
de las disciplinas, sino más bien al contrario. Cierto es que se
puede llegar a "tirar del hilo" pero ¿qué es lo que consideramos
básico? ¿qué es lo que dejaremos por el camino cuando no tengamos
tiempo? ¿por qué la organización más o menos lógica de las disciplinas,
tal como están construidas, va a garantizar un aprendizaje más crítico,
aún cuando se tomen de ellas contenidos críticos?. Si el planteamiento
cognitivista-racional alrededor de los problemas sociales parece
insuficiente para abordar un aprendizaje vital y transformador,
un paso atrás puede significar el considerar las disciplinas como
mejor punto de partida.
Desde una perspectiva crítica respecto al conocimiento académico
escolar, Antonio Martín fundamenta los contenidos
en aquello que sea necesario, en cada momento y en cada circunstancia,
para resolver los problemas sociales planteados:
"El innovador crítico no
busca temas, bloques de contenido u otras formas de conocimiento
previamente envasado. Busca todo lo que es necesario conocer
y se puede tratar razonablemente en determinado tiempo y a determinada
edad, para esclarecer los problemas o contestar a los interrogantes.
Por ejemplo, ¿qué hace falta conocer para saber en qué condiciones
históricas los “otros” se convierten en “enemigos nacionales”?."
(Martín, 1992, p. 71)
Ahora bien, para que la ciudadanía pueda implicarse en la transformación
de sociales relevantes,
"hay que ir en contra de la
visión que los ciudadanos se crean de esas situaciones. Para la
mayoría no son problemas, sino algo "natural" [consumismo...].
También habrá que ocuparse de las situaciones que el alumnado ni
siquiera ve o de las que mereciendo verse como naturales se ven
precisamente como problemas [huelgas, inmigración...].
Con ello, ya podemos sacar una primera conclusión sobre el contenido
de nuestros problemas didácticos: tratar en el aula las situaciones
sociales percibidas como naturales, o ni siquiera percibidas, de
manera que se perciban como problemas. O al contrario, que las situaciones-problema
devengan naturales"
(Martín, 1992, p. 69)
Volvemos a movernos en un delicado campo, en
el que el profesorado crítico se ve a sí mismo como "esclarecedor",
lo cual quizá sea malo si consideramos "oscurecidas" a
las demás personas. Y, en todo caso, sigue existiendo quizá cierta
ingenuidad respecto a la potencialidad del conocimiento "per
se" cuando se "suministra" desde fuera. En todo caso,
una muestra de cómo se concreta esta idea acerca el conocimiento
social crítico, nos la ofrecen Antonio Martín y José Manuel Ruiz
Varona en la explicación de una experiencia de educación intercultural:
"Inspirados al efecto en las
correcciones críticas de pensamiento, llamamos conocimiento crítico
a la toma de conciencia sobre las posibilidades frustradas de los
seres humanos para obtener una vida (más) digna, que potencialmente puede
resultar cuando el sujeto se interroga sobre los problemas
colectivos de los seres humanos y las condiciones materiales en
que se producen. Si, como es el caso que nos ocupa, tomamos
como problema social relevante la exclusión por razón de identidad,
entonces la lógica consistirá en discurrir
acerca de:
- las carencias y sufrimientos impuestos a quienes padecen un problema;
- las racionalizaciones y prejuicios ideológicos que manejamos los
seres humanos para distorsionar el problema y atribuirlo al «otro»;
- la génesis del problema, aplicando al efecto una perspectiva histórica
que dé cuenta de los efectos perversos producidos por decisiones
tomadas en el pasado;
- las condiciones materiales en que se produce el problema, tratando
el efecto que conlleva sobre los límites derivados de las reglas
que regulan los intercambios de riqueza, poder y conocimiento y,
en ese marco, sobre los beneficios que obtienen otros seres humanos
de la existencia del problema;
- el papel activo de los hombres y mujeres en la producción del
problema, incluyendo el papel activo (las responsabilidades propias)
del sujeto que lo estudia;
- las posibilidades existentes para eliminar los obstáculos que
se interponen en la superación del problema, incluyendo al efecto
la eliminación de prejuicios y la asunción de compromisos propios"
(Martín y Ruiz, 1995, pp. 186-187)
En un plano más reflexivo-teórico, Julio Mateos, haciéndose eco
de los últimos debates dentro de Fedicaria, resume algunas cuestiones
que han de tratarse, a modo de guión básico, respecto la naturaleza
del propio conocimiento escolar:
"a) Las características del
conocimiento escolar
b) Relaciones entre el conocimiento escolar y el conocimiento científico-académico.
c) Relaciones entre conocimiento, poder y clase social.
d) El problema de "la verdad" y el conocimiento.
e) Las condiciones y agentes institucionales que producen la transmutación
del conocimiento en los contextos pedagógicos."
(Mateos, 2001, p. 66)
En este sentido, basándose principalmente en Raimundo Cuesta, afirma
que "el conocimiento escolar es: desvitalizado, complejo
y mixto, sociohistórico, original, transmutado y adaptado, recontextualizado,
jerárquico y clasista. Por `desvitalizado´ entenderíamos: artificial,
libresco, asignaturizado, abstracto, individualista, examinatorio,
descontextualizado... (..). También podemos decir, sin duda, que
el conocimiento escolar no es neutro." (Mateos, 2001, p. 66).
Sin embargo, Mateos no termina de hacer propuestas o expresar indicaciones
que nos permitan entrever cuáles son las líneas de actuación posibles.
Un línea de salida es la que plantea Mariano Fernández Enguita,
al proponer que el centro de la experiencia académica en el área
social y humanística sean las experiencias y problemas relevantes
para todas las personas y, por tanto, para el alumnado (este matiz
es importante: no se trata sólo de que los temas sean relevantes
socialmente, sino de lo que se vive personal y cotidianamente):
"volcar las humanidades y las
ciencias sociales hacia las experiencias y los problemas que son
relevantes para todas las personas (no se olvide que estamos hablando
de una enseñanza obligatoria común), o sea, hacia el trabajo, el
intercambio, el consumo, el ocio, las relaciones entre géneros,
la sexualidad, las relaciones entre grupos de edad, la cultura de
masas, las formas más próximas de organización política, etc."
(Fernández Enguita, citado en
Rozada, 1997, p. 238)
En una línea similar, pero más precisa, Isabel Mainer propone "organizar
la historia desde los problemas sociales dialogando y mostrando
cómo interactúan con los problemas sociales aquellos conflictos
que el adolescente cataloga de personales" (Mainer, I., 2000,
p. 23), subrayando la importancia de lo emocional y oponiéndose
a los estudios específicamente disciplinares. De esta manera, los
problemas que dificultan la justicia y la dignidad de las personas
pueden convertirse en el contenido central del área:
"Los problemas elegidos no se
conciben como meros organizadores, sino prácticamente como "el
contenido"; serán el aglutinador del conocimiento que se enseña-aprende
y deberán funcionar como hipótesis de trabajo. Estos referentes
deforma recurrente han de orientarse a esclarecer los problemas
más relevantes, entendiendo por tales, aquellos que impiden a la
ciudadanía unas condiciones más justas y dignas. Por consiguiente,
han de permitir desentrañar las encrucijadas, los conflictos, que
hombres y mujeres tienen, han tenido y tendrán que resolver en el
futuro.
(Mainer, I., 2001)
Y habla esta autora, desde el enfoque de género, tres problemas
centrales: la desigualdad; la dominación-participación ("una
dialéctica dominación-participación, derivada de esas desigualdades
sociales, económicas y culturales y manifestada en una configuración
del poder, sobre todo pero no sólo, político"); y la conflictividad
social ("una conflictividad social generadora de protestas
y movimientos sociales que ocasionalmente han aportado alternativas")
(Mainer, I., 2001).
Dolores Juliano argumenta la necesidad de incorporar
la experiencia de las mujeres de los sectores populares, junto a
la teorización feminista, de tal manera que se tengan en cuenta
tanto las estrategias implícitas utilizadas por las mujeres como
las explícitas del movimiento feminista. Creemos que esta idea es
válida para otros ejes de desigualdad y de acción social:
"Es el momento de retomar el
tema de la enseñanza, después de este largo rodeo. Señalábamos en
el punto uno, que extender a todo el alumnado los modelos desarrollados
desde la perspectiva androcéntrica significaba un empobrecimiento
de las opciones posibles. En los puntos siguientes hemos visto qué
tipos de resistencia ofrecían a la discriminación las subculturas
de las mujeres de sectores populares y qué tipos de elaboraciones
realizaban las mujeres comprometidas en el movimiento feminista
y en el análisis teórico de la discriminación. He intentado mostrar
que ambas estrategias (la implícita y la explícita) resultan necesarias
porque la discriminación de las mujeres y su desvalorización forma
parte de tradiciones profundamente arraigadas, que se legitiman
veces teóricamente, pero que funcionan también a través de modelos
no analizados, difundidos como «sentido común».
De este modo la lucha contra la discriminación no pasa sólo por
igualdad de derechos, sino también por reconocer y valorar los aportes
femeninos y las estrategias que a través de la historia han ido
desarrollando."
(Juliano, 2003, p. 61)
No menos importante resulta cambiar los contenidos concretos abordados
en el área de ciencias sociales en varios sentidos: cuestionando
los conceptos clave tradicionales (por ejemplo, el de "trabajo"
como diferente a "trabajo remunerado"), añadiendo temas
tradicionalmente excluidos, incorporando las aportaciones olvidadas
de las mujeres, ampliando el área de "lo público" en el
que se centra el estudio social, revisando la imagen de la mujer
que aparece en los materiales utilizados o en la propia historia
del arte ("la pintura occidental ha negado
a las mujeres el carácter de sujetos, de modo que son representadas
como objetos de una mirada androcéntrica" (Alario, 2000), etc. En este sentido, Elena Hidalgo
y otras autoras (2003) realizan una serie de propuestas didácticas
para abordar los siguientes núcleos temáticos: creación artística,
espacios (segregación de espacios, espacios públicos / privados...),
feminismo, fuentes alternativas (orales, visuales, literarias...),
género (sistem sexo-género...), maternidad, patriarcado, trabajo
(trabajo familiar, empleo...) y sexismo y androcentrismo. Otros
ejemplos en el campo de los contenidos son aportados por Isabel
(Mainer, I., 2001): utilización de datos cualitativos además de
los cuantitativos, visibilización de la participación activa de
las mujeres y de sus estrategias de resistencia, utilización de
conceptos más correctos e inclusivos ("comunidades campesinas"
en lugar de "los campesinos"), revisión del concepto de
"democracia" cuando no incluye a las mujeres, relaciones
de poder más allá del ámbito político, etc.
Remarquemos finalmente, por si hace falta, que creemos que estas
aportaciones desde el género afectan a la propia concepción del
área, cuestionándola y enriqueciéndola de forma global, más allá
de ser un conjunto de temas a añadir al temario. Incluso
el programa de ciencias sociales de los años noventa, que se presenta
como “progresista” en cuanto que trata problemas sociales, habla
de la solidaridad, etc., (y podemos decir que, desde luego, es más
progresista que el que lo sustituye), cae en prejuicios y trampas,
como denunció en su momento Montserrat Moreno: “Esta limitación
de la mirada al ámbito público favorece que se asuma como natural
el sistema de valores que rige en él: esto es, la voluntad dominar
el mundo” (Moreno, 1991b, p. 79), lo que lleva al eurocentrismo,
al protagonismo y predominio masculino (dando una imagen sexista
y lastimera de las mujeres). Por otro lado, al hablar de “solidaridad
con...”, el sujeto que ha producido el texto “delata que se considera
no-desfavorecido, no-marginado, no-oprimido, que no forma parte
de pueblos y grupos humanos pobres (...), y tampoco se encuentra
sin trabajo” (Moreno, 1991b, p. 79).
¿Cómo se concibe la puesta en práctica de una
enseñanza-aprendizaje crítico en el área de ciencias sociales? Un
primer problema, no fácil de resolver, consiste en pensar adecuadamente
las relaciones entre el aprendizaje para la acción (vital)
y el aprendizaje escolar. José María Rozada, basándose en José Contreras,
defiende el papel específico de la escuela tanto en la descontextualización
del aprendizaje como en su recontextualización:
"la enseñanza requiere tanto
de procesos de descontextualización como de regreso al contexto
o recontextualización. En el primer caso recorreremos el camino
de ida hacia los conceptos y estructuras científicas, mientras que
en el segundo se trata de andar el camino de vuelta hacia el contexto.
Esto tiene que servir para romper el tópico de que la escuela es
la vida (...).
En lo que respecta al contenido, esta dialéctica entre la descontextualización
y la contextualización, es un idea potente, por cuanto que en los
extremos de ese trayecto a recorrer en un permanente viaje de ida
y vuelta no están sino las disciplinas académicas por un lado y
la praxis en la que se desenvuelve el aprendiz por otro.
(Rozada, 1997, pp. 244-245)
Coherentemente con esta visión, Rozada defiende la interacción
y el equilibrio entre el "conocimiento académico" (estudio),
la "conciencia ordinaria" (reflexión) y la "actividad
práctica" (acción):
"para formarse el individuo
(alumno o profesor, da igual) ha de tratar de conjugar equilibradamente
el estudio, la reflexión y la acción. El estudio como contacto con
conocimientos psicológica y epistemológicamente superiores a los
que ya posee; la reflexión como movilización autocrítica de las
ideas y afectos que están en la base de su personalidad sociopolítica,
profesional e individual, y la acción como intervención técnica
en el campo de la realidad material y como participación sociopolítica
en la realidad social."
(Rozada, 1999, p. 46)
Como ya hemos criticado en alguna otra ocasión, resulta llamativa
la ausencia de otras fuentes de pensamiento enriquecedor diferentes
a las disciplinas científicas; quizá se incluyan aquí las aportaciones
de los movimientos sociales en el ámbito de la acción, pero se olvidaría
así que estos movimientos realizan una crítica cultural, simbólica,
sin la cual las mismas disciplinas, aún cuando son críticas (que
no suelen serlo) quedan huérfanas de sentido sociocultural. Nada
que objetar a que todo lo que propone Rozada pueda tenerse en cuenta,
pero sería necesario, por un lado, una mayor profundización en el
ámbito escolar como lugar de entrecruzamiento de pensamiento, valores,
experiencias y acciones y, por otro, una concreción de cómo pueden
llevarse a cabo las ideas generales expuestas por el autor.
Antonio Martín (Martín, 1992), para facilitar el acceso del alumno
al conocimiento, concreta un itinerario como el siguiente: 1) la
implicación del alumnado; 2) el significado del problema y la conciencia
del error (se parte de que problemas y errores son la fuente del
aprendizaje); 3) el esclarecimiento del problema; 4) el compromiso
con el problema; 5) el nuevo problema. En este
sentido, Antonio Martín y José Manuel Ruiz Varona, proponen, como
criterios para adaptar un programa de ciencias sociales a la lógica
del conocimiento crítico:
"Abordando con ese bagaje el
segundo interrogante, proponemos los siguientes [basándose en lo
acuerdos tomados en el grupo Asklepios, en el que se integran los
autores]:
1) que el objeto fundamental en torno al cual se articule
la totalidad del programa sean los problemas colectivos de los
seres humanos;
2) que las distintas partes en que se descomponga ese programa (las
unidades didácticas) se dediquen al tratamiento de una categoría
de problemas (por ejemplo, la "exclusión del otro");
3) que el problema se explique poniendo en práctica el lenguaje
(postulados, principios, conceptos, métodos de análisis) que
es propio de un entendimiento
crítico de la sociedad, sirviéndonos a tal fin de materiales didácticos
(documentos, actividades) pertinentes;
4) que la lógica de estudio se asimile a la propia lógica
del conocimiento social critico (el análisis critico de problemas);
recurriendo á ésta para determinar la estructura de los materiales
y el consiguiente itinerario de aprendizaje que habrán de recorrer
los alumnos;
5) que para emitir un juicio sobre los progresos de los alumnos
(...) se observe preferentemente la evolución de su discurso inicial
(sus concepciones y prejuicios previos) en términos de aproximación
o alejamiento de un entendimiento crítico, cobrando especial significado
la autocrítica que es capaz de hacer el sujeto sobre sus esquemas
de identidad."
(Martín y Ruiz, 1995, p. 187)
Podemos considerar las concreciones más perfiladas
aquellas que se han plasmado en unidades didácticas, que frecuentemente
han sido trasladadas también a materiales curriculares de diverso
tipo. No se trata de revisar cada una de estas concreciones, ni mucho menos, pero
sí podemos realizar algún comentario respecto a la lógica de alguna
de ellas. El Grupo Cronos es uno de los que ha realizado tales concreciones
en unidades y materiales didácticos, y explica así la dinámica general
de las actividades de aula:
"el modelo didáctico contiene
también una aproximación orientativa sobre los tipos más adecuados
de secuencia de actividades que supuestamente rigen los procesos
de enseñanza-aprendizaje. Como puede verse en el cuadro del anexo
5, las actividades aparecen como "momentos" y "tipos"
de aprendizaje. Así, la lectura en vertical de cualquier unidad
didáctica nos proporciona una visión secuencial de los aprendizajes
que se agrupan en dos niveles de generalidad: las macrosecuencias
(presentación, información básica, aplicación de conceptos, investigación
y recapitulación) que marcan momentos prototípicos de aprendizaje
y que engloban un abanico de actividades propias de cada momento,
y las microsecuencias donde cada actividad de aprendizaje aparece
referida a objetivos-contenidos, materiales y situaciones de aprendizaje
en el aula.
El trayecto de las actividades a
lo largo de la unidad didáctica viene presidido por la idea central
del conflicto de ideas y cambio conceptual, ya que se parte de la
subjetividad primaria de los alumnos y se avanza progresivamente
hacia una subjetividad más crítica y científicamente fundamentada.
(...)."
(Grupo Cronos, 1992)
Desde nuestro punto de vista, se basa en una
simplificación del proceso de aprendizaje, deudor de un constructivismo
cognitivista y con marcadas limitaciones para generar aprendizajes
realmente vitales y críticos.
Por su parte, la propuesta de Martín y Ruiz
que antes hemos recogido tiene un carácter general, pero en el mismo
artículo explican su experiencia en torno a una unidad didáctica
(educación intercultural) que aplican en el aula siguiendo esas
mismas consideraciones. Así, honestamente explican sus dudas acerca
de los efectos reales y profundos en la mentalidad del alumnado.
Al explicar la aparente contradicción entre lo que explicita el
alumnado en un contexto más formal y en uno informal (más cercano
a los planteamientos previos), se plantean diferentes posibilidades:
desde la sociología escolar, el peso de la capacidad evaluadora
del profesor; desde la didáctica, "el peso concedido a la lógica
del problema sobre la propia lógica del discurso del alumno incrementa
los riesgos de un aprendizaje doctrinal" (Martín y Ruiz, 1995,
p. 195); desde el punto de vista intelectual, el hecho de que se
trata de un proceso crítico puntual y no sostenido en el tiempo...
Creemos que estas reflexiones ponen el dedo en la llaga respecto
a algunos de los límites (no absolutos) del conocimiento escolar
y de los planteamientos racionalistas académicos, y aún más cuando
afirman:
"- desde la práctica,
referida a la transferencia del conocimiento escolar a la práctica
de las relaciones interculturales, pues una cosa es el valor que
se concede a las ideas en momentos escasamente comprometidos (...)
y otra muy distinta la actuación que cobra mayor valor en situaciones
reales de compromiso, cuando entran en juego los intereses y las
experiencias divergentes de individuos que se atribuyen identidades
diferentes;
- desde el punto de vista teórico, (...) la identidad es
un constructo profundamente arraigado en la conciencia (más bien
falsa) de los sujetos y que difícilmente puede reconstruirse fuera
del lugar donde se construye, que es el propio marco de la experiencia
social cotidiana"
(Martín y Ruiz, 1995, p. 196)
A partir de aquí, deberíamos de acercarnos a
un modelo más experiencial, y a un replanteamiento pedagógico que
ha de trascender al área y a la simple secuencia de contenidos y
actividades. Quizá podamos empezar por lo que propone Ernesto Gómez:
cambiar la óptica con la que es contemplado el alumnado. Al entender
que una educación ciudadana democrática, representa más que la suma
de conocimientos de política, historia y geografía, al implicar
la idea de libertad y emancipación del individuo, afirma:
"la idea de la educación ciudadana
exige considerar al alumnado desde una óptica diferente a la utilizada
hasta ahora; como jóvenes ciudadanos que:
a) deben ser formados y tratados como tales y no como ciudadanos
en potencia;
b) puedan contribuir significativamente al bienestar de su comunidad;
c) obtienen beneficios de la oportunidad de participar como ciudadanos;
y
d) participan en los asuntos comunes a través de las oportunidades
que le brinda la escuela."
(Gómez Rodríguez, 1998, p. 45-46)
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