Publicado en FORO, periódico del Foro Social de Palencia, nº 3, verano 2004, como miembro de Concejo Educativo de CyL y del Foro Social de Palencia)
La educación formal no es considerada realmente un campo de conflicto social: el conflicto global queda oculto detrás del problema individual y concreto. Por ejemplo, ¿cómo es posible que no haya protestas ante la palpable desigualdad social en los resultados académicos? No se ve que la desigualdad es la causa de que fracasen más ciertos grupos sociales, sino que se individualiza la responsabilidad: cada alumno, cada familia… que se esfuerza o que no se esfuerza, que tiene capacidades o no las tiene. Aunque lo más individual también cuenta, no es lo único que actúa: ¿por qué tienen éxito escolar algunas personas muy poco capaces si no es por su origen social? (que pueden llegar a ser ministros/as, por qué no). Un ejemplo: con los exámenes en septiembre en la ESO que la LOCE y la Junta de Castilla y León han introducido (este aspecto está ya en vigor), ¿se ha pensado en qué situación tan diferente están quienes tienen apoyo y ambiente pro-escolar en casa y quienes no lo tienen? ¿quiénes serán quienes aprueben más fácilmente por, al menos, “haber hecho algo” en vacaciones?.
Detrás de este velo que oculta lo social actuamos habitualmente los y las enseñantes, actúa el sistema y actúa cada “usuario” de la enseñanza formal. He aquí otro de los problemas: no se ve la educación como una tarea colectiva, sino como el aprovechamiento individual de un servicio social. Así, se considera un éxito del sistema que una parte del alumnado procedente de las clases populares alcance mejores posiciones laborales. Más clasista es lo contrario, pero existen algunos problemas y contradicciones graves. Por ejemplo, la movilidad social (que existe sólo parcialmente), no evita que siga siendo real la sobrerrepresentación de las clases favorecidas en las más altas titulaciones y ocupaciones. Otra cuestión: si la sociedad sigue siendo desigual, al final habrá que ajustarse a lo que hay (no todos pueden tener empleos cualificados, cada vez serán necesarias titulaciones más altas y más dinero invertido).
Otra perplejidad: ¿cómo es posible que la LOCE y la política educativa de la Junta de Castilla y León no provoquen alarma social?; ¿cómo se explica que sólo algunos aspectos concretos como la religión hayan generado debates en los medios de comunicación?; ¿por qué a los movimientos de renovación pedagógica nos resulta tan difícil hacer ver la gravedad de que se destruya el sistema público por parte de los poderes conservadores, se lamine la escasa participación que había en los centros, se quisieran establecer itinerarios segregradores, o que el aprendizaje se confunda con la memorización de contenidos acríticos?.
La educación no ha de ser vista como una suma de intereses y acciones individuales, sino como una tarea social. Ahora bien, ¿al final educamos para la promoción individual exclusivamente?. Si es así, es normal que la educación como tema social no interese realmente: cada cual tendrá que preocuparse de “su” futuro, de “su” hijo o hija. Y, desde el punto de vista del profesorado, si la cuestión es cómo salimos adelante con cada clase, con cada curso y grupo… (lo cual no es fácil, todo hay que decirlo), entonces nos olvidamos del contexto en el que se están generando los problemas, nos olvidamos de cambiar las condiciones que impiden el desarrollo, la convivencia, el aprendizaje. Un día tras otro nos enfrentaremos a las mismas dificultades prácticas (el poco interés, el alboroto…), sin que nuestra preocupación trascienda fuera de las paredes del aula, mientras que, por el otro lado, cada familia puede estarse preguntando por qué su hijo/a sigue trayendo tan malas notas a casa o por qué sigue siendo tan poco responsable. Y el entorno social suele ignorar todo esto: se ve como un asunto de cada cual.
En cuanto a la acción social: ¿cómo se explica que los movimientos sociales no suelan considerar los problemas educativos como problemas colectivos que tienen que ver con la desigualdad y con el conflicto social?; ¿cómo puede olvidarse muchas veces que toda tarea transformadora es acción cultural y, por tanto, educativa en su sentido más amplio?.
Como conclusión, evitemos la trampa que afirma que el sistema educativo no puede hacer nada mientras no cambie la sociedad (excusa muchas veces de cínicos que se presentan como revolucionarios). Pero rechacemos también el extremo contrario: la ingenuidad didactista de que todo se arreglaría con el talante del profesorado, o con ciertos métodos renovadores de enseñanza. Queremos, eso sí, hacer un llamamiento a construir la educación como acción transformadora de las condiciones y de los contextos, la educación como acción colectiva y democrática: eso es construir la educación pública y transformadora que necesitan los colectivos críticos y las clases populares. Y para ello resulta imprescindible que la ciudadanía crítica y los movimientos sociales tomen esta tarea como asunto propio y no como algo exclusivo de enseñantes profesionales y de estudiantes como individuos particulares.